Tres años más tarde de la condena de Olavide, el 18 de marzo de 1783, Carlos III mediante una Real Cédula intentó acabar con la "deshonra legal del trabajo". En otras palabras, como habían pretendido Lutero, Calvino o los puritanos, el monarca ilustrado señalaba que ningún trabajo honrado era deshonroso. El intento del rey era excelente, pero chocaba con una mentalidad creada por la iglesia católica y arraigada a lo largo de siglos. No es que los españoles fueran vagos, simplemente no creían que el trabajo tuviera el mismo valor que le dan aquellos que nacieron y crecieron en naciones donde triunfó la Reforma protestante y, por añadidura, no pocos de ellos se habían amoldado a un sistema asistencialista patrocinado por la iglesia católica que permitía vivir, miserablemente si se quiere, pero sin necesidad de esforzarse.
Suele ser habitual suscribir la tesis de que la Ilustración no sólo sobrevivió al reinado de Carlos III sino que incluso siguió avanzando durante el de Carlos IV y que sólo se vio frenada por la revolución que tenía lugar al otro lado de los Pirineos. Sin duda, es una tesis consoladora para no asumir responsabilidades históricas. La realidad histórica indiscutible es que la iglesia católica, que había precipitado la ruina de España durante los siglos XVI y XVII, abortó la posibilidad de que el árbol de la Ilustración se desarrollara durante el siglo XVIII. A pesar de la expulsión de los jesuitas y del impulso de los mal llamados jansenistas, la iglesia católica consiguió dinamitar todos y cada uno de los intentos de modernización o capitidisminuirlos lo mismo si se relacionaban con la educación, el trabajo, el fomento de la economía, la libertad de pensamiento, el final del sistema de manos muertas o el avance científico. En todas y cada una de esas áreas no vio sino amenazas a un poder omnímodo que disfrutaba mediante la suma de la superstición, la ignorancia de las gentes, la cercanía del poder político y la represión liberticida. La Ilustración, a decir verdad, había concluido bastante antes de que Carlos III expirara y no pocos de sus protagonistas habían pagado – o iban a pagar en breve – un elevado tributo por haberla apoyado incluso moderadamente. Durante el siglo siguiente – el XIX – la iglesia católica seguiría oponiéndose a todos los ideales ilustrados, pero, a la vez, haría todo lo que estuviera al alcance de su mano para evitar la creación de un estado liberal.
CONTINUARÁ