Jueves, 28 de Marzo de 2024

XLVIII.- La España de la contrarreforma (V): La aventura imperial de Carlos V (V): El fracaso de la empresa imperial de Carlos V (V): El Lazarillo de Tormes, relato realista de una época

Jueves, 1 de Octubre de 2020

La ceguera religiosa de Carlos V y, sobre todo, la miseria que el sometimiento a la iglesia católica provocaba a la población española no escapó a las mentes más lúcidas de la nación.  Uno de los casos más obvios al respecto es el de El lazarillo de Tormes. Considerado no sólo como la primera novela picaresca sino también como un texto anónimo, lo cierto es que las investigaciones – verdaderamente extraordinarias – de Rosa Navarro Durán han permitido saber, sin embargo, que su autor fue el erasmista Alfonso de Valdés y que la novela pertenece a un género bien diferente relacionado con el erasmismo.  A decir verdad, el erasmismo causó verdadero furor a inicios del s. XVI.  Erasmo de Rotterdam, el erudito del que procede el nombre, no sólo satirizó corrosivamente los vicios eclesiásticos de su tiempo sin excluir a papas y obispos, sino que además enfocó la atención de los teólogos en el estudio de la Biblia al publicar una edición de texto griego del Nuevo Testamento.  En España, sus amigos y seguidores fueron numerosos destacando entre ellos personajes como Juan Luis Vives o los hermanos Alfonso y Juan de Valdés.  Alfonso no sólo llegó a convertirse en secretario de Carlos V sino que además redactó dos obras - Diálogo de las cosas acontecidas en Roma, a la que ya nos hemos referido, y Diálogo de Mercurio y Carón – donde ponía en solfa al catolicismo de la época y abogaba por una Reforma eclesial basada en principios bíblicos.  La obra de Alfonso de Valdés provocó adhesiones, pero también odios cerrados como el de Baltasar de Castiglione, nuncio del papa que no pudo perdonarle que viera la destrucción de Roma como un castigo de Dios por la corrupción papal; y, sobre todo, el de Francisco García de Loaysa, obispo de Osma y confesor de Carlos V.  Como ha dejado de manifiesto en sus excelentes estudios Rosa Navarro, fue precisamente contra éste contra quien escribió Alfonso de Valdés El Lazarillo. 

Originalmente, la obra era el relato de Lázaro acerca de un clérigo amancebado con su mujer, relato enhebrado en respuesta a la petición de una mujer que tenía al mal sacerdote por confesor y que temía que difundiera sus pecados.  El confesor de Carlos V estaba amancebado igualmente y la obra servía para censurar los vicios de los que vivían de una superstición religiosa que al eramista Valdés le parecía intolerable.  Así, el ciego que entonaba canciones piadosas, el cura tacaño o el buldero farsante desfilaban por sus páginas no al estilo de la novela picaresca sino de los dos diálogos anteriores de Valdés.  Muerto este en Viena, su hermano Juan – que se acabaría convirtiendo en teólogo protestante - se llevó la obra a Italia donde se imprimió por primera vez.  Las ediciones posteriores expurgarían no sólo un folio inicial donde se esclarecían los motivos de la redacción sino también pasajes que podían ser críticos con la iglesia católica.  Ha sido necesario casi medio milenio para que, al fin y a la postre, la verdad saliera a la luz.   Con todo, incluso con esos recortes, la intención del texto no puede ser más clara.  La vida de Lázaro tiene un punto de engarce con la Historia que es la entrada del emperador Carlos V en Toledo para celebrar cortes[1].  En otras palabras, el jueves 25 de abril de 1525.  En apariencia, tras la victoria de Pavía, sólo puede esperarse dicha del reinado, pero Alfonso de Valdés describe una España bien distinta de la de propaganda oficial.  Los pobres desgraciados intentan en ella sobrevivir humillados y ofendidos y los que los humillan y ofender son el ciego que se gana la vida explotando a Lázaro y engañando a las gentes con la piedad y los rezos; el clérigo que mata de hambre al protagonista de la novela porque el decir misa no le ha convertido en compasivo hacia el necesitado; el buldero que vende indulgencias – precisamente la razón de que Lutero clavara las 95 tesis – y que no pasa de ser un farsante que se aprovecha de las creencias religiosas de las gentes para hacer negocio, el fraile de la Merced no precisamente ejemplar – de hecho, todo parece indicar que era un paidófilo que intentó aprovecharse de Lázaro – y, finalmente, un capellán que le tratará mejor económicamente aunque a cambio de que el desdichado cierre los ojos ante el hecho de que es el amante de su mujer.  El único amo de Lázaro que no es clérigo o relacionado con la práctica católica es el escudero.  Pero tampoco en la nobleza, puede ver Lázaro esperanza.  El hidalgo está paralizado por la soberbia, la apariencia, la falta de deseos de trabajar y otros males presentes hoy en día en la sociedad española.  No hay salida, ni justicia ni dignidad en la España imperial por la sencilla razón de que es una España controlada por una iglesia corrupta, embustera, avariciosa y rapaz.  Alfonso de Valdés murió en el asedio de Viena y no llegó a contemplar hasta donde conduciría aquella misma iglesia a España, pero leyendo su inmortal novela resulta obvio que no le hubiera sorprendido por más que, incluso a día de hoy, algunos se empeñen en negarlo.  Por desgracia para España, el peso de la iglesia católica en su política iba a acentuarse todavía más con Felipe II, el sucesor de Carlos V.    

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