Las fuentes árabes insisten en que su llegada a España vino motivada por la enemistad que el gobernador español de Ceuta – sí, los españoles ya estaban en Ceuta hace más de mil trescientos años – abrigaba contra el monarca y otros documentos señalan que, aparte de venganzas personales, la petición formulada a los musulmanes estuvo unida a un plan para derrocar a don Rodrigo. Por supuesto, el rey intentó frenar a los invasores y el choque entre ambos ejércitos tuvo lugar en 711 en las cercanías del río Guadalete. Los musulmanes eran unos diez mil frente a los doce mil españoles y quizá hubieran podido ser vencidos con relativa facilidad por la caballería goda. Sin embargo, en el momento decisivo, el obispo don Opas se pasó al bando de los traidores provocando la derrota clamorosa de Don Rodrigo. Lo que sucedió después no estaba previsto. El reino visigodo demostró una fragilidad extraordinaria frente al invasor. Acá y allá. resistió durante años en contra de lo que suele pensarse, pero fue incapaz de dar una respuesta unida y ésa fue la clave de su extinción. Por supuesto, los musulmanes – cuyo regreso al norte de África se esperaba – decidieron quedarse en España iniciando una ocupación que, con diferentes avatares, duró casi ocho siglos. Fue un drama nacional relatado en las fuentes redactadas apenas unos años después de la derrota. España, según textos como la Crónica mozárabede 754, se había perdido y se había perdido por la sencilla razón de que su carga de pecados y sus luchas intestinas la habían convertido en presa fácil para los infieles. Sobre Don Rodrigo se tejerían leyendas denigratorias, pero lo más grave no fue – como se pretendería – su entrega a los pecados de la carne sino la manera en que no supo defender a España de sus enemigos.
Próxima semana: Don Pelayo