La afirmación es correcta aunque tuviera que competir con grandes plumas como su amante Emilia Pardo Bazán, como Juan Valera, estilísticamente superior, o como Leopoldo Alas “Clarín”, autor de La Regenta, la novela más importante de la época. A todos los superó Galdós no sólo porque fue más fecundo que ellos – es muy raro el genio literario que no es prolífico – sino porque supo adentrarse en el alma española como pocos lo habían hecho desde Cervantes y la novela picaresca. Aunque de origen canario, encontró en Madrid su medio natural y lo describió como muy pocos lo han logrado. Por añadidura, Galdós dejó constancia de una humanidad en sus textos que todavía nos sigue abrumando. El universo polifónico de Fortunata y Jacinta, retrato global de la época isabelina; la compasión desafiante de El abuelo, Marianela, Nazarín, Doña Perfecta, Misericordia o Tormento; y el patriotismo cada vez más desesperanzado de los Episodios Nacionales ponen en evidencia no sólo a un agudo observador o a un gran narrador sino también a alguien que sufría de manera creciente al contemplar su entorno. A pesar de su popularidad – o precisamente por ello - fue sumando enemigos con el correr de los años. Los católicos lo odiaban porque su vena cristiana, verdaderamente innegable, era heterodoxa, al estilo de Tolstoi, y patearon con entusiasmo estrenos teatrales suyos como el de Electra; los monárquicos no pudieron perdonarle su paso a las filas del republicanismo de las que también salió decepcionado; los partidos dinásticos se resintieron de sus análisis e incluso cuando el sistema isabelino se colapsó los que llegaron al poder con la Restauración no lo contemplaron con buenos ojos al considerarlo demasiado crítico. Súmese a todo ello la turba habitual de envidiosos y no sorprenderá que Galdós fuera víctima de uno de los episodios más bochornosos de la Historia de la cultura española. Nominado para el Premio Nobel de literatura, sus enemigos en España, especialmente los católicos, organizaron una sonada campaña destinada a que no se lo otorgaran. Semejante acción no fue comprendida en ninguna parte del globo - ¿cómo negaban los españoles un merecido galardón a uno de sus mejores autores? – pero le costó el Nobel a Galdós, un autor leído y popular. Quizá de haber estado sólo sordo como Goya, hubiera optado por el exilio, pero la pérdida de la vista limitaba mucho su capacidad de movimiento. Por enésima vez, España se mostraba cruelmente ingrata y desconsiderada con uno de sus hijos más preclaros.
PRÓXIMA SEMANA: CÁNOVAS DEL CASTILLO