Piadoso católico respaldado por el Vaticano y miembro de una añosa casa real, el rey Leopoldo no levantó ninguna reticencia con su intervención que muchos consideraron un simple esfuerzo humanitario encaminado a llevar la civilización a los salvajes congoleses. En apariencia, la causa difícilmente hubiera parecido más noble, especialmente en una época en que el imperialismo tenía buena prensa e incluso era legitimado por expresiones como la kiplingiana referida a “la carga del hombre blanco”. La realidad, sin embargo, se reveló muy distinta. A decir verdad, desde 1885 a 1908, el rey Leopoldo esclavizó, mutiló, torturó y dio muerte a millones de nativos del Congo en una orgía de destrucción y crueldad que pudo costar, según algunas estimaciones, hasta diez millones de vidas humanas. Al fin y a la postre, no pudo evitarse la sensación de que el religioso rey Leopoldo pretendía, fundamentalmente, saquear las cuantiosas riquezas del territorio africano y, en especial, el caucho y que la referencia a la civilización de los nativos no pasaba de ser una tímida hoja de parra. Aquella terrible realidad que causó un sufrimiento indecible y totalmente injustificado a millones de seres humanos sólo fue denunciada por voces aisladas como la del escritor estadounidense Mark Twain que calificó al rey Leopoldo como “hipócrita que se llena la boca de piedad” y “monstruo sanguinario”. Ciertamente, los hechos no podían ser más pavorosos y rotundamente innegables. La intervención del rey Leopoldo en el Congo podía haber sido rociada con agua bendita y recibido los aplausos de otros gobiernos, pero constituía un ejemplo de expolio empapado en sangre cuyas terribles consecuencias llegan hasta la actualidad.
He recordado estos días el trágico episodio congoleño al contemplar cómo se acumulan las voces que reclaman intervenciones humanitarias en los lugares más caldeados del globo. Que la inmensa mayoría de esas instancias nace de las mejores intenciones y de un sincero dolor ante la catástrofe no creo que pueda discutirse. Que los dramas humanos que provocan esa reacción no pocas veces son pavorosos tampoco es cuestión que pueda cuestionarse. Sin embargo, se supone que acciones de las que pueden derivar consecuencias de extraordinaria gravedad no deberían quedar al arbitrio de los simples sentimientos o del deseo de ver el final del mal en el mundo. Nos agrade o no, cada caso debe ser analizado de manera realista y sensata. Reflexionar sobre lo que han sido las intervenciones humanitarias en las últimas décadas resulta, pues, obligado.
El Global Peace Index - Indice de paz global - publicado en este mes de junio de 2017 ha dejado de manifiesto que el mundo se presenta más pacífico este año que el anterior, pero que la violencia mundial aumentó de manera significativa durante la última década. De hecho, los diez países “menos pacíficos” han mostrado poco cambio en los últimos años. De esos diez países que sufren de manera más acentuada la violencia, nueve fueron objeto de una intervención directa de los Estados Unidos y sus aliados por regla general, por razones supuestamente humanitarias o relacionadas con la implantación de la democracia.
En primer lugar, en esa desdichada situación se encuentra Siria que desde hace seis años se ha visto sometida a un intento de Estados Unidos y algunos de sus aliados para derrocar el régimen actual. Que ninguno de los que lean estas líneas desearían vivir bajo el gobierno de Assad ofrece lugar a pocas dudas. Sin embargo, lejos de tener lugar el advenimiento de la democracia, Siria está arruinada a causa de una guerra civil en la que los enemigos de Assad son en un porcentaje muy elevado grupos terroristas islámicos entre los que se incluye ISIS. Por otro lado, la operación de derrocamiento de Assad fue planeada ya en 2006 aunque esperó al desencadenamiento de las denominadas primaveras árabes de 2011 para ser llevada a cabo. Cuesta creer que con decenas de miles de muertos, centenares de miles de desplazados, una economía arruinada y el riesgo de fragmentación territorial en beneficio del terrorismo islámico podamos contemplar la intervención en Siria con satisfacción.
Las dos naciones que aparecen a continuación en el listado – Irak y Afganistán – fueron objetivo de dos grandes invasiones norteamericanas a principios de este siglo. Ninguna de las dos guerras ha concluido y además la situación de violencia, destrucción y miseria es peor que la existente bajo los gobiernos que Estados Unidos decidió derribar. Tampoco existen perspectivas de que estos dos conflictos vayan a concluir ya que Estados Unidos ha aumentado su presencia militar en Iraq y ha enviado a otros 50.000 hombres en Afganistán, en el seno de una guerra que ya ha durado más que la de Vietnam. En su día – con no poco coste personal – quien escribe estas líneas consideró que ambas intervenciones estaban justificadas. Rectifiqué esa posición hace años y debo confesar que cada vez contemplo con más horror ambos conflictos que no solucionaron nada, que han empeorado la situación existente y que han tenido unos costes para las poblaciones nacionales y para Estados Unidos más que excesivos.
En cuarto lugar en esta terrible lista se encuentra Sudán del sur donde Estados Unidos intervino en 2011 para que se separara de Sudán. Aunque se esgrimieron razones humanitarias no puede ocultarse el hecho de que Sudán del sur cuenta con el 75 por ciento de las reservas de petróleo del país. El movimiento secesionista derivado de la intervención de Estados Unidos desembocó en una sangrienta guerra civil que ha causado la muerte de decenas de miles de personas y el desplazamiento de más de millón y medio. Sudán es ahora el octavo país menos pacífico del mundo.
No mucho mejor es la situación de Yemen donde Estados Unidos ha respaldado a la invasora Arabia Saudí y ha vendido – y va a vender - miles de millones de dólares en armas a la potencia agresora. Arabia Saudí ha perpetrado crímenes de guerra de manera sistemática en Yemen y, por añadidura, el bloqueo de los puertos yemeníes ha provocado una terrible hambruna en esta nación a la que no prestan atención alguna los medios de comunicación. Este desastre quizá quede justificado estratégicamente por el control que Arabia Saudí obtiene sobre el estrecho de Bab al-Mandab, estratégico para su comercio petrolero, pero el elemento humanitario resulta difícil de encontrar y, de nuevo, el final del conflicto no se percibe.
En la lista de naciones menos pacíficas del globo, Yemen es seguido por Somalia, un país estratégicamente situado en la boca del mar Rojo. La intervención de Estados Unidos en Somalia arrastró a la nación a un estado de anarquía que se extendió por 16 años hasta que una coalición islámica tomó la capital en 2006. Ese gobierno fue derribado por Etiopía con el respaldo de Estados Unidos. La intervención – también humanitaria - en Somalia ha tenido como consecuencia un empeoramiento del conflicto internacional y el sometimiento de la nación a una terrible hambruna.
La séptima nación menos pacífica del globo es Libia que, bajo la dictadura de Qadafi era una de las naciones más prósperas de África. Vivir bajo alguien como Qadafi no es lo que desearía para nadie, pero la invasión humanitaria para derribarlo ha convertido a Libia en un estado fallido donde el terrorismo islámico campa por sus respetos, las instituciones han quebrado, la violencia es sistémica e incluso se comercia libremente con esclavos. Salvo aquellos que ahora pueden imponer a sangre y fuego la shariah o que obtienen pingües beneficios vendiendo seres humanos es dudoso que nadie considere que está mejor tras la intervención humanitaria que bajo el gobierno de Qadafi.
También la décima nación menos pacífica del mundo – Ucrania – fue objeto de una intervención exterior en 2014 favoreciendo un golpe de estado contra el gobierno legítimo y entregando el poder a los nacionalistas. Esta nación artificial sigue sometida a una casta corrupta de nacionalistas ucranianos y constituye un foco de tensión en el este de Europa que perjudica enormemente a los intereses de la UE y que ha creado no poca tensión entre ésta y Estados Unidos. Naturalmente, podemos empeñarnos en cerrar los ojos ante esa realidad y culpar de todo a Putin, pero la intervención en Ucrania, el derrocamiento de su gobierno legítimo y la sustitución por un gabinete nacionalista no ha traído a Ucrania ni paz ni prosperidad sino una situación peor a la previa.
De entre la lista de diez naciones menos pacíficas del mundo sólo la República centro-africana no ha sido objeto de una intervención humanitaria de Estados Unidos. Las tropas extranjeras – pequeños contingentes - han pertenecido, fundamentalmente, a Francia y España siendo sustituidas paulatinamente por cascos azules. Han sido repetidas las acusaciones de abuso sexual de mujeres y niños perpetrados por tropas francesas y de los cascos azules.
El panorama puede ser ingrato, pero no parece lógico ni sensato cerrar los ojos a la realidad.
CONTINUARÁ