Entre los pueblos bárbaros más importantes se hallaban los godos del oeste o visigodos que en el siglo V llegaron a España y arrojaron de ella a otros invasores previos como los suevos, los vándalos y los alanos. Los visigodos eran cristianos, pero seguían la teología de Arrio quien creía que el Hijo era un dios creado y, por lo tanto, con principio. Se distanciaban así de la doctrina de la Trinidad definida por el concilio de Nicea y se parecían – aunque sólo en ese aspecto –a la cristología de los actuales Testigos de Jehová. La diferencia de raza, cultura y religión con los hispanorromanos no permitía preludiar una fácil convivencia. Por añadidura, no eran pocos los enemigos exteriores que pretendían apoderarse de porciones de España. El rey visigodo Leovigildo intentó unificar a sus súbditos bajo el arrianismo, pero no sólo fracasó sino que tuvo que ejecutar a su hijo, el católico Hermenegildo, que conspiró contra él con la intención de derrocarlo e imponer su religión. Fue otro hijo de Leovigildo, Recaredo, el que acabó logrando la unificación religiosa, pero en el sentido opuesto. En 587, se hizo bautizar en secreto por un obispo católico y dos años después, en el curso del III Concilio de Toledo, anunció que el catolicismo se convertía en la religión oficial procediendo así a crear una monarquía católico-visigoda. De manera bien significativa, la independencia de la iglesia hispana respecto de la de Roma se mantendría durante varios siglos más, pero no adelantemos acontecimientos. Recaredo fue un rey enérgico que reprimió las sublevaciones nobiliarias, combatió a los bizantinos que estaban asentados en la costa oriental de la península, derrotó a los vascones y contuvo los intentos francos de entrar en una España que ya se veía como una nación distinta de la entidad que había sido el imperio romano. La creación de Recaredo duraría más de un siglo, pero sus resultados fueron desiguales. A fin de cuentas, la unificación religiosa se tradujo inmediatamente en hostilidad hacia los que no la aceptaban – fundamentalmente, los judíos – y la falta de reforma de la monarquía que seguía siendo electiva dio lugar a luchas por el poder – el denominado morbo gótico– que crearon una peligrosa fragilidad institucional en el seno de una de las primeras naciones europeas. Por si fuera poco, no está nada claro que el arrianismo fuera extirpado. La rapidez con que siglo y medio después muchos hispanos abrazaron el islam en el que Jesús no pasa de ser un profeta creado posiblemente hunde sus raíces en la conversión oficial de Recaredo. Las consecuencias no se harían esperar.