“HE DESEADO COMER LA PASCUA CON VOSOTROS…” (III): Martes (I): controversias con los adversarios
El día siguiente, Jesús regresó con sus discípulos a Jerusalén. A esas alturas, sus adversarios estaban más que decididos a desacreditarlo como vía previa a su condena. El primer acercamiento cuestionó la autoridad de Jesús para hacer lo que había llevado a cabo el día antes en el Templo (Mateo 21, 23-27; Lucas 20, 1-8; Marcos 11, 27-33). ¿Quién era para hacer aquello? Si Jesús respondía que el mesías, se colocaría en una situación muy vulnerable y podría ser detenido inmediatamente. Si, por el contrario, lo negaba, era de esperar que sus seguidores lo abandonaran presa de la desilusión. Sin embargo, Jesús no se dejó enredar en una discusión que sabía que no conduciría a ninguna parte. Por el contrario, exigió antes de responder que le dijeran cuál era la fuente de la autoridad de Juan el Bautista. Los adversarios de Jesús captaron inmediatamente el callejón sin salida en que los colocaba aquella pregunta. Si respondían que Juan el Bautista tenía sólo una autoridad humana corrían el riesgo de que una multitud que lo consideraba profeta los linchara, pero si afirmaban que había sido enviado por Dios era seguro que Jesús les preguntaría por qué no lo habían obedecido. Optaron, por lo tanto, por decir que lo ignoraban. La respuesta de Jesús fue entonces cortante y directa: puesto que ellos no le respondían tampoco él lo haría. Sin embargo, tampoco estaba dispuesto a dejarles marchar sin más. Acto seguido, les refirió dos meshalim que nos han llegado a través de la fuente mateana:
Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en mi viña. Le respondió: “No quiero”; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: En verdad, os digo que los publicanos y las rameras os preceden en el camino hacia el reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan por camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, aún viendo esto, no os arrepentisteis para después creerlo. Escuchad otra parábola: Había un hombre, un padre de familia, que plantó una viña, la cercó con una valla, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se marchó lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió a sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. Pero los labradores, agarrando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. Volvió a enviarles a otros siervos, de mayor importancia que los primeros; y se comportaron con ellos de la misma manera. Finalmente, les envió su hijo, diciendo: Respetarán a mi hijo. Pero los labradores, cuando vieron al hijo, se dijeron: Este es el heredero; vamos a matarlo y así nos apoderaremos de su heredad. Y agarrándolo, lo echaron de la viña, y lo mataron. Así que cuando venga el señor de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo. Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha llegado a ser piedra angular. El Señor lo ha hecho, y es algo que nos deja estupefactos? Por tanto os digo, que el Reino de Dios os será quitado y será dado a gente que produzca los frutos del Reino. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, lo triturará.
(Mateo 21, 28-44)
La respuesta de Jesús – aún envuelta en el lenguaje del mashal – no podía ser más clara. Era verdad que sus interlocutores fingían hacer la voluntad de Dios, pero la realidad es que no le tenían en cuenta en su vida. De hecho, en el pasado habían desdeñado a los profetas y a Juan. Ahora lo rechazaban a él e incluso tenían el claro propósito de arrancarle la vida. Pues bien, que no abrigaran la menor duda de que Dios acabaría ejecutando Su juicio sobre ellos. De hecho, la fuente mateana señala que “al escuchar sus parábolas, los principales sacerdotes y los fariseos, comprendieron que hablaba de ellos” (Mateo 21, 46). Lo único que los retuvo en aquel momento de prender a Jesús fue que “temían al pueblo, porque éste lo tenía por profeta” (Mateo 21, 47).
Sin embargo, a pesar de aquel revés, en absoluto habían desistido de su intención de desacreditar a Jesús. Durante el resto del día, sus distintos enemigos intentaron atraparlo en algún renuncio que permitiera detenerlo bajo algún viso de legalidad y deshacerse de él o, al menos, desprestigiarlo fatalmente. En pocas ocasiones brilló tanto el agudo talento de Jesús como aquel martes de su última semana de vida. Cuando los partidarios del rey Herodes y los fariseos le plantearon si debía pagarse el tributo al emperador romano, Jesús no suscribió ni la tesis contraria de los nacionalistas judíos ni la favorable de los herodianos y de los dirigentes judíos acomodaticios. No. Jesús pidió que le enseñaran la moneda y preguntó de quién era la efigie que aparecía en ella – un detalle que, dicho sea de paso, muestra hasta qué punto Jesús tenía escasísimo contacto con el dinero – para luego concluir que había que “devolver a César lo que era de César y a Dios lo que era de Dios” (Mateo 22, 21; Marcos 12, 17; Lucas 20, 25). La respuesta difícilmente podía contentar a unos o a otros. Por un lado, aceptaba el pago del tributo e incluso reconocía que el gobierno de César podía exigir que le devolvieran algo; por otro, era obvio que no permitía anteponer los intereses de los políticos a los mandatos de Dios al que todo es debido. Pero además impedía que lo acusaran de nada.
Tampoco tuvo más éxito la cuestión que le plantearon los saduceos (Mateo 22, 23-33; Marcos 12, 18-27; Lucas 20, 27-40). Como ya señalamos[1], a diferencia de los fariseos, los saduceos no creían en la resurrección e intentaron ridiculizar tal creencia planteando a Jesús el caso de una mujer que, al enviudar, se hubiera casado con un hermano de su difunto marido cumpliendo lo dispuesto en la Torah. Para hacer más absurdo el supuesto, los saduceos señalaron que la mujer en cuestión había ido contrayendo un matrimonio tras otro, con los siete hermanos de la familia y, a continuación, le preguntaron con quién estaría casada cuando se produjera la resurrección. Como tantas preguntas relacionadas con temas espirituales, aquella no buscaba dilucidar la verdad sino burlarse meramente de una creencia que, bajo ningún concepto, se tenía intención de aceptar. También como en ocasiones anteriores, Jesús no se dejó enredar en una disputa inútil y colocó el foco sobre sus interlocutores. Su problema no era que desearan saber la verdad sino que, al fin y a la postre, ni conocían las Escrituras ni creían en el poder de Dios. De lo contrario, habrían recordado que en las Escrituras Dios se presentaba como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, seres que debían estar vivos porque Dios no era Dios de muertos. Por añadidura, no habrían dudado de que, en Su infinito poder, podía traer a la vida a los que yacían entre los muertos. Dicho esto – y la cuestión quedaba flotando, de manera elegante, pero innegable, en el aire - ¿cómo podían los saduceos mantener la pretensión de controlar el culto del Templo cuando ni conocían lo que enseñaba la Torah ni confiaban en el poder del Dios al que, supuestamente, servían?
Aquella respuesta de Jesús provocó una efímera corriente de simpatía hacia él procedente de algunos fariseos. A fin de cuentas, ellos sí creían en la resurrección y aquel hombre había defendido la doctrina de manera efectiva, sólida y razonada. En aquellos momentos, Jesús no tuvo inconveniente en reconocer que algún escriba podía hallarse cerca del Reino de los Cielos (Marcos 12, 28-34), pero no se engañaba sobre el futuro del movimiento de los fariseos. No eran - ni serían - capaces de reconocer al mesías, ni de entender su verdadera naturaleza que iba más allá de lo meramente humano como había reconocido el propio rey David al hablar de él en el Salmo 110 (Mateo 22, 41-6; Marcos 12, 35-7; Lucas 20, 41-4). Por el contrario, seguirían aplastando a sus seguidores con normas cada vez más complicadas de interpretación de la Torah, posiblemente lucrativas, pero nada efectivas para que la gente viviera conforme a la voluntad de Dios y se acercara verdaderamente a Él. Mateo ha recogido precisamente uno de esos alegatos de Jesús:
Entonces habló Jesús á las gentes y a sus discípulos, diciendo: “Sobre la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo, pero actuésis conforme a sus obras porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las colocan sobre los hombros de los hombres, pero ni aun con un dedo ayudar a llevarlas. Más bien hacen todas sus obras para ser mirados de los hombres, porque ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los saludos en las plazas, y ser llamados por los hombres “Rabbí, Rabbí”. Pero vosotros, no queráis ser llamados Rabbí; porque uno sólo es vuestro Maestro, el mesías y todos vosotros sois hermanos. Y padre vuestro no llaméis a nadie en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos… pero ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres de tal manera que ni vosotros entráis, ni á los que quieren entrar se lo permitís. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones. Por esto, sufriréis un juicio más grave. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque dais el diezmo de la menta y el eneldo y el comino, y dejásteis lo que es lo más importante de la Torah, es decir, la justicia y la misericordia y la fe. Aquello era obligado sin dejar esto otro. Guías ciegos, que coláis el mosquito, pero tragáis el camello. ¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque limpiais lo que está de fuera del vaso y del plato; pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. Fariseo ciego, limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera quede limpio
(Mateo 23, 2-9, 13-14, 23-26).
Las palabras de Jesús – cargadas de pesar – han sido interpretadas como un alegato global contra el judaísmo. Nada más lejos de la realidad. Jesús reconocía que buena parte de la enseñanza de los fariseos era cierta. De hecho, lo que había que seguir era esa enseñanza, pero no las acciones que la acompañaban. La soberbia, la avaricia, el monopolio de la religión, la explotación de los menesterosos so pretexto de oraciones… todo eso resultaba absolutamente intolerable. Al formular esa crítica, Jesús se colocaba en la línea del judaísmo tal y como testifica el propio Talmud. De hecho, si Alejandro Janeo calificó a los fariseos como “teñidos”[2]; y los esenios de Qumrán los calificaron de “estucadores” [3], Jesús los llamó “sepulcros blanqueados” (Mateo 23, 27-8). De manera bien reveladora, el Talmud señala que había siete clases de fariseos. De ellas, dos correspondían a los hipócritas, mientras que sólo dos eran positivas[4]. Pero, por añadidura, la diatriba de Jesús puede aplicarse a todos aquellos que, a lo largo de los siglos, incluso entre los que pretenden ser sus seguidores, han antecedido el dogma a la práctica, han aplastado con regulaciones a los hombres, han utilizado la religión para aumentar su fortuna y su poder y, en lugar de franquear la puerta del Reino de los cielos, la han cerrado a los que hubieran deseado entrar en él. Ésa era la triste realidad que no podía quedar oculta.
CONTINUARÁ
[1] Ver supra, pp. .
[2] Sotá 22b.
[3] Documento de Damasco 8, 12; 19, 25 (según Ezequiel 13, 10).
[4] Sotá 22b; TJ Berajot 14b.