No es lo habitual, pero, en ocasiones, el cine mejora y mucho un texto literario previo. Es el caso de ¡Adios Mr. Chips!. Originalmente, la novela breve de James Hilton no tenía mayor trascendencia. Era la historia de un profesor cascarrabias de una escuela inglesa que se empeñaba en que sus alumnos pudieran traducir la Guerra de las Galias. Que, de manera inesperada, el adusto docente se enamorara de una corista cambiaba la situación. En 1939, Robert Donat como Chips y Greer Garson como Katherine protagonizaron una versión que, siquiera en parte, recogía el original. Sin embargo, la obra que me atrevo a calificar de maestra la protagonizó Peter O´Toole junto a Petula Clark en 1969. Vi aquella versión cuando tendría no más de diez u once años y tanto mis padres como yo quedamos abrumados por la interpretación de O`Toole, sin duda, una de las mejores de su carrera. Hasta tal punto era así que durante años, en casa, a Peter O´Toole lo conocimos como el de “Adiós, mister Chips”. El relato es de una belleza serena, extraordinaria, clásica y arroja destellos luminosos en torno a cuestiones como el amor por la cultura greco-romana, el amor por la docencia o el amor entre un hombre y una mujer. Esos amores no siempre son comprendidos, especialmente por la gente vulgar. Sin embargo, pueden llenar de hermosura y luz la existencia.
Siempre sentí una simpatía profunda por Chips. Yo también amo el latín y hubo una época en que equilibré el presupuesto familiar dando clases de esta hermosísima lengua. Pero Chips además captaba todo aquello que de delicado puede encontrarse en la admirable cultura clásica. Para colmo, en un momento determinado encontraba ese amor que yo siempre he querido encontrar. Merece la pena volver a ver la película de O´Toole dirigida por Herbert Ross con un guion de Terence Rattigan. Paladéenla porque tiene mucha más trastienda de la que parece. Para hacer boca les dejo con la escena en que Chips y Katherine se encuentran en Pompeya.
Aquí está