Así lo pensé yo en mi infancia cuando me fascinó por primera vez y seguí creyéndolo durante décadas. Sin embargo, pocas cosas se me ocurren más lejanas de la realidad. Al igual que la historia de Alí Babá, pero de manera mucho más acentuada, Aladino y la lámpara maravillosa es una novela ocultista destinada a los que conocen. Es cierto que acabó en las Mil y unas noches, pero, originalmente, era una historia independiente, rezumante de referencias esotéricas y destinada a satisfacer el apetito por lo arcano de lectores avezados. El que no posea esas claves, con seguridad pasará un rato entretenido viendo al joven chino enfrentado con el perverso mago egipcio, pero habrá perdido por completo la verdadera historia que, por cierto, cuenta con numerosísimos paralelos en sus detalles en otras novelas de magia negra de Oriente. Aladino, por lo tanto, no sólo no es un mero divertimento sino un libro iniciático. Contiene, por añadidura, una lección que no deberíamos desdeñar. Ante nosotros, a lo largo de la vida, se despliegan los más diversos episodios y creemos de buena fe que los entendemos y que captamos su coherencia interna. ¡Bendita ingenuidad! En realidad, no comprendemos casi nunca el fondo del asunto porque su verdadero significado, su auténtico mensaje, su relevancia real se nos escapan. Así es porque ignoramos el esquema interpretativo que nos permitiría captar la realidad profunda y no lo que se nos ofrece, muchas veces con todo lujo de detalles, ante la vista. Ese es el gran aporte de Aladino a nuestra vida: lo que ves, en realidad, no es lo que es.