De entrada, hay que decir que los actores – que han ido entrando y saliendo a lo largo de casi veinte años – han encarnado magníficamente a sus personajes. Herminia, la abuela, me recuerda tanto a la mía materna que, en ocasiones, he temido verla en la pantalla. Lo mismo podría decir de Imanol Arias en el papel de Antonio Alcántara que es, sin duda, el papel de su vida. De todo el elenco, la única inverosímil es Ana Duato en el papel de Merche. Primero, porque yo he conocido a infinidad de emigradas de distintas “Sagrillas” a Madrid y ninguna se parecía a ella ni por el forro aunque eran clavadas al personaje de Paquita. ¡Vamos, como dos gotas de agua! Todavía menos se parecían a la más que inverosímil evolución del personaje que no se puede creer nadie después de que salga de la peluquería. Es uno de los aspectos en que la serie hace aguas.
Lo peor es la manera en que, a partir de Zapatero, “el imbécil”, la serie fue utilizada como vehículo para su programa político. De la manera más obscena, los episodios se utilizaron para impulsar la homosexualidad, el aborto, el feminismo más cerril e incluso el desenterramiento de los restos de fusilados de la guerra civil, de un solo bando, claro. Semejante indecencia propia de las dictaduras llegó a extremos verdaderamente miserables como en un episodio – el 243 – cuando Antonio Alcántara encuentra el cadáver de su padre, fusilado durante la guerra civil. ¡Ahí es nada! ¡Gibson busca que te busca a Lorca del que lleva viviendo décadas y resulta que podría haber encontrado los restos de reclutar a Alcántar padre! De esos polvos zapateriles vienen los lodos podemitas actuales. Añadan a eso la versión socialista de los GAL que no tienen nada que ver con el gobierno socialista de Felipe González sino que es la extrema derecha queriendo hacer daño a los socialistas - ¡¡¡toma castaña!!! – el blanqueamiento de una ETA a la que hay que comprender – tesis contradictoria porque en algunos episodios el terrorismo es el terrorismo – la inclusión de personajes homosexuales como fijos – en un momento determinado hubo que incluir a Resines porque el que ya existía no contribuía precisamente a pensar que los gays eran gente normal – la ocultación de la corrupción o una visión de Tierno Galván que ni que la hubieran escrito en la sede del PSOE. Canta la Traviata que aparezcan las miserias – bien ciertas – de UCD o la desilusión del PCE y ni socialistas ni nacionalistas tengan jamás la menor luz negativa. De vergüenza. Sobre otros temas se puede romper a llorar. El feminazismo más rancio aparece vez tras vez e incluso cuando en un episodio aparece gente pro-vida son fachas violentos con la despreciable cotilla de la serie y los desautoriza hasta el cura, bueno, los curas porque aparece otro que es negro y progre. Todo esto además de una manera más que burda. Si Zapatero tuvo alguna vez una serie – y tuvo varias – Cuéntame es un claro ejemplo.
Con todo, la serie merece la pena – y mucho – por varias razones. En no pocas ocasiones, es posible recordar lo que pasó viendo algunos episodios especialmente los primeros. En segundo lugar, a pesar de que hay capítulos que parecen escritos para rellenar, muchas de las historias están muy bien contadas y acaban provocando emociones reales. Yo reconozco que se me saltaron las lágrimas viendo cómo extirpaban un pecho a una Mercedes, víctima de un cáncer, o cuando aparecían imágenes de una vida familiar que ha ido desapareciendo de España aunque casi nadie se percata. Como relato bien interpretado – lamentablemente emporcado con frecuencia por razones políticas – Cuéntame… es un producto bien logrado, decorosamente guionizado, bien interpretado y que ha aguantado veinte temporadas no por que sí. Que los guionistas se olviden de lo que han contado y que, por ejemplo, Carlos aprenda a conducir cuando lleva al volante varias temporadas es lo de menos o que repitan a veces las tramas – hay que ver la cantidad de gente que ha caído en la droga en estas veinte temporadas – es algo casi menor. Que comentan errores de bulto – por ejemplo, un testigo de Jehová viviendo con su novia sin estar casados – hasta se les puede perdonar.
Y es que lo que resulta especialmente interesante es la imagen que da de los españoles y en la que no parece que haya reflexionado nadie mucho al hablar o escribir sobre la serie. Y es que los españoles aparecen como gritones, envidiosos, rencorosos, mal hablados, cobardes, poco confiables, ladrones, peseteros, rijosos, con una empanada sexual que no se aclaran, ignorantes, supersticiosos, sectarios y un largo etcétera que, tal y como aparece en centenares de episodios, en general, provoca ternura, pero que, visto con cierta distancia, no deja precisamente una imagen del paisanaje positiva. Esa imagen innegable no suele provocar sensaciones negativas porque, por regla general, lo que causa es la ternura y la carcajada que vienen de lo cercano y hasta entrañable. En otras palabras, en la serie aparece un prepotente estúpido y cabezón y nos hace reír porque nos recuerda a un cuñado y hasta nos conmueve porque es el tonto conocido. Vemos la envidia entre hermanos y amigos y hasta nos reímos. La verdad es que la honradez, la integridad o la valentía son la excepción en la conducta de los que aparecen en la serie. Si hay que reconstruir la realidad de España y de los españoles sobre la base de Cuéntame no se puede decir que queden bien parados.
El contrapunto positivo en la serie es la familia y el temperamento sufrido que sigue adelante sea como sea. Porque la patria en la serie resulta inexistente salvo para lo esperpéntico y la vivencia espiritual no pasa de ser atavismo y superstición. Lo único que, a fin de cuentas, permite que España y los españoles avancen, aunque sea a trancas y barrancas, es la familia – aunque muchas veces se lleve a matar… como los Alcántara – y el agachar la cabeza, apretar los dientes y seguir arreando contra viento y marea. Quizá no es mucho, especialmente, si se tiene en cuenta la necesidad de construir una sociedad sana que avanza de manera civilizada y armoniosa, pero sirve para ir tirando e incluso para ser relativamente felices. No deja de ser significativo que esos dos pilares positivos hayan estado siempre en el objetivo de gente como ZP y Pablo Iglesias, ambos, a fin de cuentas, tan españoles.