La serie duró de 1976 – cuando iba dando los primeros pasos la Transición – a 1978 cuando había terminado. Aunque estaba basada en un personaje real – Andrés López, el barquero de Cantillana, al que quitaron su puesto de barquero, que se echó al monte y al que abatió la Guardia civil ya avanzado el siglo XIX – lo cierto es que el contenido era totalmente imaginario y abarcaba un período de la Historia de España que iba de los años previos a la guerra de la independencia a la restauración del absolutismo como Fernando VII.
Algunos de los episodios los había visto yo incluso varias veces, pero nunca tuve la posibilidad de visionarlos todos y de seguido hasta este verano. La impresión que se deriva es muy diferente. En apariencia, la serie era sólo entretenimiento en torno a cuatro personajes dedicados al bandolerismo: Curro Jiménez (Sancho Gracia), el Algarrobo (Álvaro de Luna), el Estudiante (Pepe Sancho) y el Fraile (Francisco Algora), quien, muerto en la primera temporada, fue sustituido por el Gitano (Eduardo García). Las historias de aventuras – no pocas veces con retoques de comedia – contaron con la participación de personajes más que famosos en aquella época o llamados a serlo. Por ejemplo, Isabel Pantoja aparece jovencísima en uno de los primeros episodios al lado de actores ya veteranos como Eduardo Fajardo, José Suárez y Alfredo Mayo o que comenzaban entonces como Juan Ribó, Bárbara Rey o Charo López.
Aunque algunos temas se repetían – el duelo a navaja quedaba muy bien, todo hay que decirlo – la verdad es que, vista en conjunto, la serie da una imagen de la España verdaderamente digna de reflexión. Curro es un hombre empujado al bandolerismo por una injusticia caciquil. No duda en sumarse a la resistencia española para combatir a los franceses, pero su sacrificio no será agradecido – si existe una nación ingrata se llama España – y, tras jugarse la vida, no tendrá más salida que continuar con su vida al margen de la ley. Recibir el perdón habría significado traicionar a los suyos amén de principios morales irrenunciables. Finalmente, un Curro cansado que no se siente con fuerza para continuar una vida acosada en la sierra, decide exiliarse a América. Es sólo en ese continente donde concibe que pueda haber una esperanza de libertad y de comenzar una nueva vida. Mientras el Gitano decide volver con su gente al deshacerse la banda y mientras el Estudiante encuentra a una mujer – segunda vez en la serie – que lo motiva para abandonar la sierra y seguir adelante, el Algarrobo suplica a Curro que le deja unirse a él porque no sabría salir adelante solo. La última escena – enormemente bella, tan bella que me arrancó lágrimas – es la de un Curro Jiménez que sujeta sobre la silla del caballo a un niño huérfano al que ha decidido adoptar e intenta explicar a Algarrobo lo que será la vida en América.
Sé que en 1995, Antena 3 emitió una serie titulada Curro Jiménez: el regreso de una leyenda, donde aparecía el personaje en compañía de Algarrobo y del hijo adoptado en un Uruguay posterior a la independencia de Hispanoamérica. Nunca he conseguido verla, pero me consta que, a casi veinte años de distancia, la serie ni de lejos tuvo el éxito de la anterior. También los tiempos eran otros.
Ver ahora Curro Jiménez resulta muy entretenido porque los guiones están, en general, bien escritos y las peripecias suelen resultar entretenidas. Sin embargo, para mi lo más interesante es la manera en que tantos, tantísimos españoles quedan reflejados en Curro Jiménez. Víctimas de la injusticia, se juegan la vida para defender a la nación en peligro, pero la nación jamás les agradecerá el sacrificio. Por el contrario, a la primera de cambio, volverá a ser objeto de un acoso despiadado del que sólo podría salir convirtiéndose en un traidor de personas y de principios. Aquellos que, finalmente, deciden resistir saben que tendrán que elegir entre la muerte o el exilio. De los primeros, muchos acabaron en la hoguera, la horca o el paredón de unos y de otros; los segundos acabaron en los lugares más distantes del mundo aportando, por regla general, a esas naciones lo que no pudieron aportar a una España que los proscribía. Al final, no se puede evitar desear que Curro Jiménez encuentre una tierra más generosa que aquella en la que vio la primera luz, que suceda lo mismo con el limitado mental de Algarrobo y con ese niño que crecerá en un mundo donde habrá lo que tan raramente ha tenido España en su andadura histórica: libertad.