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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

El secreto de la aldea

Miércoles, 24 de Febrero de 2021

Polonia suele disfrutar de una inmerecida buena prensa en Occidente.  Todo queda resumido en afirmar que fue agredida por Alemania provocando así el inicio de la segunda guerra mundial, que tras la contienda, se vio sometida a una dictadura comunista y que, a pesar de todo, sobrevivió nacional y religiosamente. Como además es una nación históricamente católica, Polonia goza todavía de mejor imagen en países como España.  La realidad es que si hubo una nación agresora, antisemita y belicista antes de la Segunda guerra mundial, ésa no fue Alemania ni la Unión soviética sino Polonia.  Al estallar la Primera guerra mundial, los nacionalistas polacos ya habían pactado con Gran Bretaña la desmembración de Rusia y, por supuesto, su independencia del imperio ruso.  Dice poco – o bastante – de los británicos que entraran en guerra al lado de un aliado, Rusia, al que pensaban dar la puñalada por la espalda… como, efectivamente, hicieron.  No sorprende tampoco que en su Punto 13, el presidente Wilson exigiera la creación de un estado polaco a costa, por supuesto, de arrancar territorio a Austria, Alemania y Rusia.  Los nacionalistas polacos reclamaban nada menos que todo el territorio que en 1772 - ¡¡¡1772!!! – formaba parte de la Unión polaco-lituana, una insensatez criminal semejante a los nacionalistas catalanes ansiando incluir en el territorio de Cataluña las Baleares, Valencia y un pedazo de Aragón. 

El expolio territorial en favor de Polonia fue bochornoso, pero NO contentó a sus nacionalistas.  En 1919, Polonia atacó a una Rusia sumida en una guerra civil.  La propaganda filo-polaca suele presentar ese ataque polaco como una defensa de Occidente frente a la Unión soviética, pero ese relato es radicalmente falso en términos históricos.  Polonia había decidido simplemente robar más territorio y aprovechó la debilidad de Rusia para agredirla cobarde e injustificadamente en 1919.  Lo mismo hizo con la Lituania independiente a la que había decidido someter.  En mayo de 1920, la Polonia que había atacado a Rusia sin declaración de guerra ni motivo alguno llegó hasta Kíev.  La defensa de la patria desencadenó una ofensiva rusa que llevó al Ejército Rojo a las puertas de Varsovia.  La intervención de los aliados – especialmente franceses – se tradujo en que los polacos rechazaran al Ejército Rojo e impusieran un tratado de Riga que permitió a Polonia quedarse con un territorio situado más de doscientos cincuenta kilómetros al otro lado de la frontera con Rusia.  De esta manera, cinco millones de ucranianos, un millón y cuarto de bielorrusos y un millón de judíos – todos ellos ciudadanos rusos con anterioridad – pasaron a control polaco.    Suele ocultarse el hecho de que cuando la URSS invadió Polonia en 1939 se limitó a recuperar este territorio que los polacos habían robado a Rusia.

A pesar de sus ganancias territoriales, los nacionalistas polacos no se conformaron y, durante el período entreguerras, desarrollaron dos líneas de acción extremadamente violentas.  Una se dirigió hacia el exterior en agresiones que pretendían aumentar su territorio y otra hacia el interior con la idea de aplastar a las minorías religiosas que vivían en el territorio polaco.  Ortodoxos, protestantes y judíos vivieron un verdadero infierno durante el período de entreguerras, un infierno creado y alimentado por la iglesia católica empeñada en sostener que sólo el catolicismo era permisible en su territorio.  Si hubo una nación que practicó un antisemitismo legal, sistemático y violento durante los años veinte y treinta, ésa fue la muy católica Polonia escribiendo unas páginas de verdadera vergüenza moral, política y religiosa.

Por lo que se refiere a las naciones que tuvieron la desgracia de tener frontera con Polonia su destino fue aciago.  Como ya mencioné antes, tras el ataque a Rusia, en 1920, Polonia invadió Lituania en un intento de anexionarla.  Es curioso que se haya criticado – con razón – la invasión de Lituania por Stalin en 1940 y siempre se silencie lo que hizo Polonia veinte años antes.  Tras Rusia y Lituania, Polonia agredió a Checoslovaquia.  Todo el mundo recuerda que Francia y Gran Bretaña abandonaron a Checoslovaquia en la conferencia de Munich de 1938.  Se pasa por alto – y es muy grave – que Alemania sólo reclamaba los Sudetes que eran de población alemana – una reclamación más que justa y que podía reivindicar los puntos de Wilson para sustanciarse – pero Polonia, sin derecho alguno, se sumó al descuartizamiento de Checoslovaquia para llevarse su pedazo.  Cuando en 1938, Checoslovaquia fue desmembrada, Polonia se llevó su pedazo.  En ese contexto precisamente hay que ver el estallido de la segunda guerra mundial.  La reivindicación alemana sobre Dantzig – se piense lo que se piense de Hitler – estaba más que justificada y así lo veían las cancillerías mundiales.  No pocas eran partidarias de un arreglo.  Sin embargo, Gran Bretaña y Francia – y también Estados Unidos – captaron que respaldar a Polonia en nuevas reivindicaciones territoriales (no sólo en la defensa de su territorio) podía propiciar un ataque alemán que justificaría el estallido de una nueva guerra, guerra que a esas alturas estaban decididas a llevar a cabo y no precisamente para salvar al mundo de la maldad del nazismo.  En otras palabras, de acuerdo al plan, si Polonia era lo suficientemente estúpida y soberbia como para desafiar a Alemania, ésta atacaría y proporcionaría una excusa a Gran Bretaña y Francia para comenzar una guerra en la que se acabara con una nueva y pujante potencia germánica.  La ceguera nacionalista llevó a Polonia a asumir ese papel de tonto útil de las potencias occidentales.  Fue incapaz de prever el pacto de Alemania con la Unión soviética y mucho menos de imaginarse que no sólo Alemania la derrotaría en toda regla sino que además las potencias occidentales no moverían un solo dedo para ayudarla.  En no escasa medida, Polonia cosechó lo que llevaba sembrando más de dos décadas.

La conducta de los polacos en esa breve guerra de nuevo ha sido idealizada.  El valor de muchos de ellos enfrentándose con los panzers es innegable, pero no lo es menos la cobardía y el ensañamiento con que violaron, torturaron y asesinaron a alemanes que vivían dentro del territorio polaco sin hacer distinción alguna de sexo, edad o condición. 

La derrota de Polonia – insisto: sin recibir la menor ayuda de las potencias que la habían animado para ir a la guerra – dio lugar a una ocupación durísima por parte de los alemanes que además sirvió de telón de fondo para algunas de las páginas más horribles del Holocausto.  Aquí de nuevo la población – y no sólo los nacionalistas polacos - mostró su verdadera naturaleza.  Mientras la resistencia polaca se negaba a admitir judíos en sus filas, fueron más que numerosos los casos de polacos que exterminaron a judíos para apoderarse de sus posesiones.  Quizá uno de los episodios más horribles al respecto sean las páginas de sacerdotes católicos que entraban en el ghetto de Varsovia para asistir a judíos convertidos al catolicismo – ni siquiera Caritas quiso ayudar a otros judíos – y que, aún lamentando que los niños pudieran ir a parar a las cámaras de gas (¿por qué sólo los niños?), insistían en sus escritos en que cuando acabara la guerra, bajo ningún concepto, se podría consentir que los judíos polacos tuvieran los mismos derechos que los católicos.  Pero hubo peores muestras de bajeza moral por parte de los polacos.  Una de las manifestaciones de ese antisemitismo polaco de clara raíz católica fue la matanza de los judíos de Jedwabne.  Durante años, se acusó de la misma a los invasores alemanes… hasta que el historiador polaco Jan T. Gross descubrió que los asesinos y saqueadores habían sido los polacos de la población que no habían dudado en exterminar a la mitad judía.  Se supo desde siempre, pero se ocultó durante décadas de la misma manera que durante décadas se silenció cómo hubo polacos que mataron a los judíos que regresaban de los campos de exterminio simplemente para retener el fruto de sus saqueos.

El antisemitismo polaco que se remonta a siglos y que siempre ha sido pavoroso, la manera en que ese antisemitismo aprovechó el Holocausto para matar y robar y, especialmente, el silencio que después cayó sobre esos crímenes horrendos sigue siendo un tema tabú a día de hoy en Polonia donde incluso se han aprobado normas que impiden relatar el papel de polacos en el genocidio.  Una película como Irma sólo se pudo proyectar en televisión con comentarios superpuestos que narraban lo acontecido y el libro de Gross está proscrito hasta el punto de que su autor se vio obligado a exiliarse. 

Han pasado años y he tenido que seguir viendo cómo son legión los polacos que continúan presumiendo de su estúpido nacionalismo, de su criminal antisemitismo y de su necio espíritu de pueblo elegido.  De gente así hay que cuidarse.

La película que les traigo hoy relata una de esas historias – fueron innumerables – sobre la manera en que los polacos colaboraron más que gustosamente con los nazis y, en ocasiones, ni siquiera esperaron a recibir instrucciones porque estaban más que deseosos de matar a sus vecinos judíos y robarles todo lo que pudieran.  Que la cuestión sigue siendo tabú y que un clero católico joven y nacionalista colabora con semejante ignominia es una circunstancia innegable que también queda reflejada en esta película.  He encontrado un enlace para que la vean.  El tema es duro, pero espero que la disfruten porque es real como la vida misma y servirá para que puedan sacudirse de encima algunas de las terribles mentiras con las que suele cubrirse la Historia real de la Polonia contemporánea, una Polonia, por cierto, que no le hizo ascos a devolver a la URSS el territorio que le había robado a inicios de los años veinte y que fue premiada con algo que gusta especialmente a los nacionalistas polacos: robar el territorio de los demás, en este caso, algunos de las tierras históricas de Alemania.  Dios quiera que no haya nunca una nueva guerra en territorio europeo, pero si llegara a darse habrá no pocas posibilidades de que el nacionalismo polaco esté entre las causas que arrastren al mundo a una matanza masiva.  Disfruten – y mediten – la película.  God bless ya!!!  ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!     

Y aquí está el video

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