Si existe un gran autor árabe del s. XX, sin duda, se trata del egipcio Naguib Mahfuz. Aunque comenzó su carrera literaria redactando novelas históricas, no pasó mucho tiempo antes de que se dedicara a escribir narraciones realistas sobre el Egipto contemporáneo. Su Trilogía del Cairo – de la que hablaré algún día – o su Callejón de los milagros – al que tengo que referirme otro – figuran con toda justicia en el listado de mejores novelas del s. XX. Sin embargo, yo siempre he preferido Hijos de nuestro barrio, una obra quizá menos conocida, pero en la que se mezclan el realismo con una imaginación que raya lo imposible.
Ciertamente, en Hijos de nuestro barrio, Mahfuz sabe combinar de manera prodigiosamente magistral la Historia del género humano con la de una familia cairota. Si la Biblia nos cuenta cómo Dios expulsó del Edén a la primera pareja en castigo por su desobediencia y cómo, con posterioridad, envió a Moisés y a Jesús, Mahfuz relata la expulsión de un matrimonio de la casa de un padre y el deseo de regresar a ese paraíso perdido generación tras generación. Con el paso de los años, los descendientes de aquellos padres castigados se encontrarán con personajes – egipcios también en la novela – cuyos paralelos con Moisés, Jesús o Mahoma resultan evidentes. Queda así construida una extraordinaria parábola en la que lo local adquiere tintes de universalidad. La novela – quizá no podía ser de otra manera – provocó las iras de otros musulmanes contra Mahfuz. Se mirara como se mirara, su lectura de los hechos más trascendentales de la Historia no encajaban con la que presenta el islam. De entrada, Mahfuz aceptaba la tesis cristiana de la caída o, si lo prefieren ustedes, del pecado original que se encuentra ausente de la predicación de Mahoma. Para colmo, Mahfuz se permitía otorgar una sospechosa importancia a a la figura de Jesús e incluso describía el final de su vida como una muerte violenta a manos de sus enemigos, de nuevo una afirmación que va en contra de lo enseñado por la tradición islámica. Aún menos tolerable les pareció el paralelo de Mahoma que casi resultaba un mentís a interpretaciones ortodoxas.
Mahfuz pagó cara su osadía. Un día, mientras escribía en un café pequeño de El Cairo, un musulmán fanático se precipitó sobre él blandiendo un cuchillo. No consiguió matarlo, pero sí le causó daños irreparables. Quizá es que el sino de los grandes escritores sea ese. Puedo decir que, años después, yo estuve en ese café con una persona de la que estaba profundamente enamorado. Me pareció que era casi como entrar en un lugar sagrado y que estaba mucho más cerca de mi admirado Mahfuz de lo que nunca hubiera podido imaginar. En cualquier caso, lo que resulta indudable es que Hijos de nuestro barrio es una de esas novelas extraordinarias cuya lectura no sólo entretiene sino que lleva a reflexionar sobre nuestro ser y nuestro destino y su conexión con lo Eterno. Si desean una buena lectura, les está esperando.