Según la tradición, Confucio pertenecía al noble clan de los Kong, cuyo nombre incorporó al suyo propio. Nacido en el Estado de Lu, que actualmente se corresponde con la provincia de Shandong, quedó huérfano de padre cuando contaba apenas tres años. Esta circunstancia implicó una pérdida de status social para la familia pero con todo sus miembros se preocuparon de proporcionarle una buena educación. Desde luego, inicialmente, ésta no se tradujo en una mejora de su posición económica que se acercara siquiera a la que había tenido su padre. Además Confucio contrajo matrimonio a una edad temprana (19 años) y pronto tuvo que atender no sólo a las necesidades de su esposa sino también a las de sus hijos. Los relatos hablan de que, pese a sus conocimientos, no tuvo más remedio que buscar acomodo como criado del jefe del distrito.
Cuando Confucio rondaba los veinticinco años, se produjo el fallecimiento de su madre. Poco después, comenzó una carrera como maestro itinerante. Esta nueva ocupación significó una necesidad continua de viajar pero pronto, en torno a su influjo, se fueron formando pequeños grupos de discípulos. Confucio era un hombre de ideas conservadoras, pero precisamente en una época en la que parecía que el orden secular se vendría abajo, esa orientación le ayudó a granjearse el respeto de buen número de personas.
En buena medida, las enseñanzas de Confucio - que insistían en el peligro que entrañaba la falta de modelos éticos - resultaban atractivas porque convocaban a la gente a tomar unas decisiones personales de carácter práctico y encaminadas a acabar con la corrupción y la zozobra existentes. Por otro lado, no cuestionaban el sistema político existente - más bien lo legitimaban - pero abogaban por un comportamiento digno de los gobernantes.
Algunas leyendas señalan que cuando contaba cincuenta años Confucio fue nombrado magistrado de Zhongdu, y que, al año siguiente, pasó a desempeñar con notable éxito la función de ministro de justicia del Estado de Lu. Según estas fuentes, el gobernante de un estado vecino, envidioso del éxito de su gestión, habría comenzado a conspirar contra él no cejando hasta lograr que lo destituyeran. La verdad histórica pudo ser más modesta. Seguramente, Confucio no pasó de ser un simple funcionario que, finalmente, decidió abandonar sus tareas y viajar de manera itinerante esparciendo sus enseñanzas. Este período de su vida duró poco más de una década y en torno al año 484 a. de C., Confucio regresó a Lu. Los últimos años de su vida los dedicó a poner por escrito sus enseñanzas que, en buena parte, consistieron en comentarios de los autores clásicos. Así le llegó la muerte en Lu y fue sepultado en una tumba situada en Qufu, Shandong.
Aunque la actividad pedagógica de Confucio fue de considerable importancia, lo cierto es que lo que dejó consignado por escrito va referido más a otros asuntos que a si mismo y a su enseñanza. Así, por ejemplo, los Ch´un Ch´iu (Anales de primavera y otoño) constituyen un relato cuyo tema fundamental es la historia del Estado de Lu desde el 722 al 481 a. de C. De hecho, si conocemos sus enseñanzas se debe sobre todo al trabajo de transmisión de sus discípulos. Estos escritos pueden dividirse en dos grupos: los Cinco Clásicos y los Cuatro Libros.
Los Wu Ching (Cinco Clásicos) son, de hecho, anteriores a Confucio. Incluyen las obras conocidas como I Ching (Libro de las Mutaciones), Shu Ching (Libro de la Historia), Shih Ching (Libro de la Poesía), Li Chi (Libro de los ritos) y Ch’un Ch’iu (Anales de primavera y otoño). El I Ching es un manual de adivinación probablemente anterior del siglo XI a. de C.; aunque tanto Confucio y sus discípulos parecen haber intervenido en su redacción última. El Shu Ching constituye una recopilación de documentos históricos antiguos. El Shih Ching es una antología de poemas antiguos. El Li Chi, es un texto que se ocupa de la descripción de los diversos rituales. Finalmente, el Ch’un Ch’iu, como ya indicamos, es una obra que, muy posiblemente, recibió su forma final del propio Confucio.
De mayor importancia, precisamente porque la influencia de Confucio es más acusada son los Shih Shu (Cuatro Libros). En términos generales, se trata de recopilaciones de las enseñanzas de Confucio y Mencio. Son el Ta Hsüeh (El gran saber), el Chung Yung (La doctrina del método), ambos referidos a Confucio, y el Mencio relacionado con el filósofo del mismo nombre. Con todo, la obra más importante, la que ha tenido una influencia mayor y la que que recoge más fielmente la visión propia de Confucio son las Lun-Yu (Analectas).
En términos generales, puede afirmarse que Confucio no fue un personaje preocupado por la especulación metafísica sino por hallar soluciones prácticas a los problemas con los que se enfrentaba la sociedad de su tiempo. Por un lado y casi como punto de partida, el filósofo chino creía que el ser humano era bueno por naturaleza y libre y que cuando se apartaba “de esta bondad natural, será víctima de la infelicidad” (6, 17)
Sin embargo, pese a su creencia en la bondad natural del ser humano, Confucio debía enfrentarse con un panorama social y político que no parecía en absoluto corroborar su tesis. Como forma de enfrentarse con éxito a ese terrible divorcio, Confucio proponía varias medidas de especial importancia. La primera de ellas era mantener lo antiguo precisamente porque había demostrado a lo largo de siglos que era válido para la convivencia (7, 1 y 19). Precisamente ese respeto por lo antiguo se traducía en una realización puntual de los ritos no sólo civiles sino también religiosos que los chinos venían llevando a cabo desde hacía siglos (6, 25). Ese cumplimiento del ritual debe llevarse a cabo incluso aunque se desconociera su significado (3, 11). Este respeto y sumisión a las antiguas tradiciones con especial referencia a ritos y sacrificios ya prescritos encuentra además en Confucio una especial relevancia cuando se relaciona con el culto a los antepasados (3, 12). Semejante circunstancia tiene una especial importancia en la medida en que ese culto a los antepasados no es sino la continuación religiosa y particularmente escatológica de la veneración por los familiares mayores, otro de los grandes pilares sociales propuestos por Confucio. De hecho, casi puede decirse que éste es uno de los temas abordados con más profusión en las Lun-Yu y que también va a tener una influencia mayor en la historia posterior.
Esta concepción de respeto hacia el pasado y de consideración de la piedad filial como una de las virtudes fundamentales no sólo para el individuo sino para toda la sociedad, tiene también su equivalente en el gobernante. Para Confucio, conceptos tan queridos actualmente en Occidente (pero, en buena medida, tan recientes) como la participación popular, la soberanía nacional o el control de los gobernantes tienen tan poco sentido que ni siquiera los contemplamos esbozados en sus obras. En realidad, lo primero que se pide de un gobernante es eficacia, una capacidad que ha de asentarse en la sabiduría adquirida y en las dotes naturales. Sin embargo, esa eficacia no tendría valor si la relación entre un gobernante y sus gobernados no se asemejara a la vez extraordinariamente a la de un padre con sus hijos. Mientras que de estos últimos exige respeto, obediencia y sumisión, del primero requiere una buena conducta que inspire como ejemplo y benevolencia. La insistencia en la bondad y en la virtud de los gobernantes resulta esencial para Confucio porque aunque reconoce el poder para regir que se deriva del uso de la fuerza, no obstante, insiste en el hecho de que su valor a la hora de gobernar y su efecto sobre los gobernados siempre será inferior al de la acción del buen gobernante.
Se ha definido en ocasiones esta visión de Confucio de “despotismo paternalista”. Más bien habría que indicar que el autor chino confía en la existencia de una élite de sabios virtuosos que a la capacidad unen las características propias de un buen padre.
Precisamente, por su propio carácter, el hombre superior no debe buscar el aprecio del pueblo sino cumplir con su deber. Su misión no es obtener ni popularidad ni respeto sino realizar adecuadamente la tarea que se le ha encomendado. Finalmente, lo importante no es la apariencia sino la realización correcta del trabajo y no sólo basta con el bien sino que además hay que ser competente.
Es precisamente esa combinación de benevolencia y sabiduría, de eficacia y conocimiento, de respeto por el pasado y por los padres y de entrega a las tareas encomendadas, de atención a los que acuden y de tranquilidad cuando nadie se acerca, lo que caracteriza a los sabios. Su ideal - a diferencia del articulado por Platón - no consiste en formar una élite que domine el estado. Más bien es servir a unas estructuras ya existentes en la medida de sus virtudes basándose no en el rango social sino en la capacidad y en la educación de que disponga. Si se le ofrece tal posibilidad será en beneficio de todos. Si se sofoca, sólo será en perjuicio de la colectividad.
CONTINUARÁ