En Hollywood, nadie pensaba que pudiera tener éxito una nueva película sobre el Holocausto en tan poco tiempo. De manera fatal, era la segunda vez, al menos, en que un proyecto que pudo ser genial quedó concluido antes de comenzar. El otro caso fue una película de Napoleón que pudo pasar a la Historia, pero que no salió del cajón. Waterloo había sido un fracaso económico y nadie quiso arriesgarse a repetirlo ni siquiera… sí, con Kubrick. Es una pena porque Mentiras en tiempos de guerra es una de las grandes novelas no sólo sobre la Shoah sino, especialmente, sobre la condición humana.
En España, la traducción de la novela pasó sin pena ni gloria, quizá porque, en apariencia, Mentiras… es sólo una historia más de judíos polacos. Ni siquiera el que su protagonista fuera un niño resultaba original. De hecho, hay varios relatos centrados en niños y alguno de éxito presentado como real que luego resultó radicalmente falso. A decir verdad, no son pocas las novelas dignas de lectura cuya figura principal es una criatura que intenta sobrevivir en una época especialmente trágica. En este caso, las peripecias de un niño que, en compañía de su tía, va eludiendo, vez tras vez, la muerte no resultan especialmente novedosas. Sin embargo, el libro de Begley es una de las obras de ficción más interesantes relacionadas con la Shoah porque se centra no tanto en la experiencia infantil como en la enorme relevancia de la mentira. Como su propio título indica, sus páginas se centran en esos falseamientos de la verdad que resultan recomendables siquiera para no verse devorado en un mundo del que, paso a paso, ha ido desapareciendo cualquier vestigio de humanidad.
Si he de ser sincero, tengo que señalar que la obra no presenta nada de particular que no se haya podido leer antes hasta llegar a los últimos capítulos. Es entonces precisamente cuando se convierte en un texto más que notable. De manera reveladora, estas páginas precisamente son las relacionadas con la conclusión de la guerra y la inmediata posguerra en Polonia. No voy a desvelar un final que, a mi juicio, es de los mejores que se escribieron en el siglo pasado. Sí puedo adelantar que en él se compendian realidades no por terribles, innegables. Que las batallas no concluyen cuando se dispara el último tiro, que los problemas relacionados con el desarrollo de los conflictos armados persisten no pocas veces cuando se ha acallado el fragor de las armas o que incluso resulta ineludible comportarse en la paz como en la guerra siquiera para poder vivir al menos un día más. Al fin y a la postre, la supervivencia acaba vinculada a ocultar la verdad con el engaño y así, las mentiras nacidas en tiempos de guerra siguen persistiendo indefinidamente.