Recuerdo como el anarquista afeó a Umbral que se pretendiera anarquista cuando no pasaba de ser un burgués y que el escritor, sonrojado, insistió en que para saber que era ácrata no había más que observar los zapatos que llevaba. Hasta ahí el diletantismo y el dogma, porque Abella era un personaje de una pasta muy diferente. Cuando llegamos al momento de las conclusiones, señaló su convicción de que las heridas de la guerra civil se cerrarían siquiera porque iba creciendo un tejido nuevo sobre la carne herida que ya no tenía nada que ver con aquel drama. A mi, que llevaba mi “Recuerdo 1936: una historia oral de la guerra civil española”, publicado por mi más que querido Mario Muchnik, aquella afirmación de Abella me resultó convincente porque coincidía con lo que llevaba observando en todo el territorio nacional desde hacía años. Debo decir que Abella y yo simpatizamos en aquel programa posiblemente porque ninguno de los dos abrigábamos prejuicios ideológicos y conocíamos más que sobradamente lo terrible que había sido la guerra civil que, desde luego, distaba mucho de poder ser presentada como un enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Por añadidura, Abella, que había nacido en Barcelona en 1917, había sido un testigo real de lo sucedido. A pesar del paso de los años, los dos volúmenes que Abella dedicó a la vida cotidiana durante la guerra civil constituyen un material irrenunciable para cualquiera que desee saber lo que fue un conflicto que, desde luego, no enfrentó a democracia con fascismo, pero sí a revolución con contrarrevolución como ya había sucedido antes en Rusia o en Finlandia. Catalán de nacimiento, Abella no se dejó llevar por el nacionalismo ni dejó de servir a la causa de la verdad. De hecho, cuando Planeta publicó un libro en el que Abella mostraba irrefutablemente cómo, a la entrada de Yagüe en Barcelona, la ciudad había cambiado de piel y se había vestido con algo más que resignación el uniforme del nuevo régimen no fueron pocos los que le retiraron la palabra entre otras cosas por que les molestaba que se conociera la verdad de sus familias. A fin de cuentas, el pujolismo – como ahora sigue el golpismo catalán – no estaba por la labor de que destrozaran sus mitos. Indignados ante la verdad histórica, llegaron a tachar a Abella de mero divulgador y de no pasar de historiador aficionado. La realidad es que algunas de sus obras seguirán siendo de consulta obligatoria cuando ya nadie recuerde a los autores de los textos más plomizos y políticamente correctos de nuestro tiempo. Descanse en paz por que hizo mucho más por acercar la Historia a los ciudadanos que la mayoría de las facultades dedicadas a ese menester.