La película narra la historia de tres muchachas comenzando en la época de Jrushov y llegando hasta la de Brezhnev en los setenta, cuando se filmó. La experiencia de las mujeres podría chocar en la España de los setenta, pero hoy sería más que común. Las dos mujeres que se casan – de las que una acaba divorciada – los sueños de juventud aniquilados, la madre soltera, la soledad de tanta gente, especialmente mujeres, en una gran ciudad… todos esos elementos son más que reales hoy en día, pero no el planteamiento. Por supuesto, el hombre que ha dejado embarazada a una chica que se le entregó en un momento de debilidad desea que aborte, pero las amigas consideran que lo que debe hacer es casarse con ella y mantener a su hijo; la madre soltera decide no vivir del padre de la criatura sino salir adelante por si misma; y, a pesar de todas las dificultades, hay un canto al amor entre un hombre y una mujer que hoy sería intolerable, pero que aparece cargado de belleza, naturalidad y ternura.
Aunque la película reconoce muchas realidades duras de la vida, no cae nunca en el dramatismo, en la demagogia, en la guerra de sexos. Moscú no cree en las lágrimas, pero no porque se niegue a verlas sino porque se enfrenta al llanto e intenta salir adelante en medio de las dificultades y lo hace con una inmensa confianza en el amor. Me cuentan que la película fue enormemente popular en la Unión soviética y comprendo que así sea. En España, sería imposible hasta reestrenarla y creo que lo mismo sucedería en buena parte del planeta. Sin embargo, a mi me quedó un agradabilísimo sabor de boca al contemplarla hace una semana. No me pareció que hubiera quedado atrasada o anacrónica. Por el contrario, me resultó hermosamente actual y adornada con el perfume que procede de encontrar a esa persona con la que se compartirá la vida y a la que, quizá, se ha pasado esperando muchos, muchísimos años.