A lo largo de mi vida, he conocido millares – quizá centenares de miles – de seres humanos, pero muy pocos han despertado mi admiración. Entre ellos, ocupa un lugar Eric Liddell. Sus padres, escoceses, fueron misioneros en China y allí nació Eric aunque luego fuera enviado a estudiar a Gran Bretaña. Destacado corredor, pudo tener una carrera extraordinaria tras su triunfo en las olimpiadas de París, pero decidió ser consecuente con el plan de Dios para su vida y marchó a China como misionero. Esa parte de su vida es la que relata la película On Wings of Eagles (En alas de águilas) que vi este verano y que, ciertamente, me impresionó.
Liddell trabajó notablemente como misionero, en especial con niños, y cuando Japón agredió a China – un episodio poco conocido en occidente – decidió no regresar a Gran Bretaña sino quedarse con sus hermanos chinos. El coste de esa decisión no fue pequeño porque las tropas japonesas llegaron al lugar donde se encontraba Liddell y lo internaron en un campo de concentración. On Wings of Eagles no tiene la música ni el presupuesto de Carros de fuego, pero, desde muchos puntos de vista, su contenido es mejor y su relato, mucho más interesante.
Mantener la fe en un campo de concentración regido por los japoneses, sufrir el hambre y la enfermedad, fallecer apenas unas semanas antes de la liberación formó parte del poderoso testimonio de Eric Liddell, un testimonio que pone de manifiesto lo que es ser verdaderamente cristiano, algo radicalmente distinto de publicar papanatadas sobre el calentamiento global o abrazarse con políticos. Merece la pena que la vean.