Encontré un ejemplar de segunda mano en la cuesta de Moyano y lo devoré con pasión en período estival.  No abrigo la menor duda de que se trata de una de las mejores novelas de la Historia.  Centrada en Kostoglotov, un personaje en buena medida autobiográfico, Pabellón… relata la convivencia forzada de cancerosos en una sala de hospital.  El principal protagonista acaba de salir GULAG, pero con él se encuentran desde miembros de la jerarquía comunista convencidos de las bondades de la dictadura a simples ciudadanos de la URSS que intentan salir adelante en un mundo donde las secuelas terribles de la segunda guerra mundial se entrelazan con las de la guerra fría.  El resultado, a pesar de no realizar la menor concesión, no es amargo.  Es humano hasta la médula.  El amor y la Historia, la política y el pasado, el futuro y la trascendencia van apareciendo de manera natural en las conversaciones de aquellos hombres que sólo tienen en común un tumor que los está corroyendo por dentro y contra el que luchan pase lo que pase.  Si Cervantes supo crear personajes por los que se filtraba a raudales su mente compasiva y tolerante, Solzhenitsyn no logró menos en Pabellón… proporcionando la innegable sensación de que este mundo puede llegar a ser mejor mucho mejor aunque, trágicamente, se reduzca muchas veces a parecerse a un zoo donde hay tigres de ojos amarillos como Stalin y pobres infelices destrozados por la existencia como aquel mono al que alguien dejó ciego frotándole los ojos con tabaco.  Si desean leer un libro extraordinario alejado del adocenamiento actual, Pabellón… los espera.  Aprovechen que ayer se cumplió el centenario del nacimiento de Solzhenitsyn.