La película de Scorsese es muy larga – tres horas y media – y, sin duda, lenta. En opinión de quien esto escribe podría haber durado sólo dos horas y contar lo mismo de manera más rítmica. Aún así, la cinta se deja ver con interés y no aburre ni cansa. Es así porque va relatando la peripecia vital de un asesino irlandés (Robert de Niro) que comienza a trabajar para un mafioso italiano (un Joe Pesci que interpreta a un personaje muy diferente al que nos tiene acostumbrado) y que fue el responsable de la muerte del sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino).
Lo que podemos ver en estas horas de metraje es la existencia de una organización que tuvo el suficiente poder como para provocar el pucherazo que llevó a la Casa Blanca al único presidente católico de la Historia de Estados Unidos, como para presionarlo para invadir Cuba a fin de recuperar sus casinos, como para proceder a asesinarlo – con colaboración de la CIA, dicho sea de paso como muestra la cinta – cuando Kennedy no cumplió la palabra dada a los mafiosos y como para contar con un peso extraordinario en el sindicato más importante de la nación. En otra nación, semejante entramado de crimen organizado habría triunfado en toda regla. Es - ¿por qué vamos a ocultarlo? – el caso de Italia donde las regiones sufren distintos tipos de mafias que, por cierto, colaboran estrechamente con la Santa Sede según se ha documentado más que abundantemente. No es el caso de Estados Unidos. A lo largo de la película, vamos viendo cómo los capos fueron cayendo muertos o acabaron en prisión a lo largo de su carrera en plazos relativamente cortos. El crimen organizado existía y existe, pero ese crimen es combatido por un sistema totalmente contrario a semejante fenómeno y que no deja de derrotarlo vez tras vez, algo que, lamentablemente, no se puede decir en México e incluso en Colombia por no hablar de naciones como Venezuela o Bolivia donde el narcotráfico mafioso arranca del propio gobierno.
No voy a entrar en detalles de una película repleta de ocasiones para reflexionar, pero, más allá de una historia de gangsters, The Irishman es un relato que obliga a pensar y pensar muy a fondo en cuestiones como por qué la mafia surge en ciertas culturas y no en otras y por qué es perseguida y derrotada en algunas naciones y en otras, por el contrario, acaba siendo más fuerte que el estado.
Me queda la duda si muchas de las referencias de la película serán entendidas por un espectador no familiarizado con la Historia americana de los años sesenta o setenta, pero, aún así, merece la pena verla.