La serie de Yo, Claudio permite recorrer en correcta adaptación lo que fue la trayectoria del Alto Imperio romano desde Augusto hasta el entronizamiento de Nerón. Sinceramente, cualquiera que contemple esta serie tendrá ocasión de percatarse de que los Soprano son un juego de niños comparado con lo que fue el Alto imperio. Hay diferencias, por supuesto, ya que Roma dejó acueductos, calzadas, puentes, un derecho civil extraordinario y un legado cultural de los más importantes del devenir humano. Pero por detrás resulta fácil ver un panorama degenerado y pavoroso. Por cierto, fue el trasfondo en que surgió y comenzó a expandirse el cristianismo, un cristianismo que fue expulsado de Roma por Claudio junto con el resto de los judíos y un cristianismo que provocó el decreto claudiano de Nazaret en el que me detengo en Más que un rabino.
Merece la pena ver – o volver a ver – Yo, Claudio y no sólo porque los guiones son muy buenos y las interpretaciones resultan antológicas sino también para adentrarse en el hecho de que los seres humanos pueden empeñarse en ser dioses, pero no pasan de ser criaturas formadas de un barro innegablemente inmundo. Disfruten de ello en estas fiestas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!