No es el caso de esta obra mía titulada España frente al islam: de Mahoma a Bin Laden, pero merece la pena recuperarla ahora que la amenaza terrorista se ha cebado otra vez en contra de la libertad de expresión en un país vecino. Escribí el libro porque estaba convencido – sigo estándolo – de que cuando una nación no conoce su Historia acaba dando vueltas y vueltas como el burro en la noria. Es el caso de España, sin duda, alguna y como me dolía entonces, me duele ahora. En aquel libro, bastante extenso, por cierto, desmontaba yo la solemne majadería de la convivencia idílica entre las tres religiones y dejaba de manifiesto hasta qué punto España lleva siglos siendo nación de frontera frente al islam. En sus últimas páginas, incluso me permitía señalar peligros reales para la España actual y cómo debían conjurarse. El libro tuvo un éxito extraordinario y las ediciones se sucedieron una tras otra y a muy buen ritmo durante más de un año. Aznar se hizo eco de él en una conferencia en Estados Unidos – lo que provocó la cólera de Tussell en El País cuando ya estaba moribundo y a punto de sumirse en el olvido más absoluto - y, como era de esperar, hizo aullar a más de un profesor universitario que temió – vaya usted a saber por qué – que si se publicaban libros así podían restringirse las subvenciones que cobraban los difusores del embuste de la tolerante España medieval. Incluso hubo uno de estos - ¿los llamamos docentes? – que escribió un largo artículo intentando sembrar la alarma a causa de mi libro. En su conjunto, el texto de aquel sujeto era deplorable – calificarlo de rebuzno ofendería a los mismos asnos – pero, sobre todo, dejaba de manifiesto el miedo a la verdad. Como argumento fundamental en mi contra señalaba que el EGM atribuía a mi programa de radio tres cuartos de millón de oyentes diarios y resultaba intolerable que alguien con semejante proyección social no difundiera los embustes políticamente correctos sobre el islam. Le parecía mal a él que aspiraba algún día a vivir plenamente de mis impuestos. Ahí, lamentablemente, estaba la clave de todo.
El atentado de Francia es relevante no sólo por que es una acción terrorista o porque venga inspirado por el islam. Es fundamentalmente importante porque Occidente se ha rendido a los lobbies y, por esa cobardía miserable e interesada, es responsable de la sangre derramada por los liberticidas. Desde hace décadas, la libertad está más que amenazada en las sociedades democráticas y lo está porque en las aulas, en los medios de comunicación y en las instituciones personas sin principios más allá que el de su beneficio han aceptado someterse a todo tipo de presiones a cambio de contraprestaciones. Los centenares de miles de vascos y catalanes que han abandonado su región de origen porque los nacionalistas respectivos los han obligado de manera más o menos sutil; los medios de comunicación que callan o falsean porque hay que conservar la publicidad institucional o privada; los complejos editoriales que no desean colisionar con el poder sino amigarse lo más posible con él y, por lo tanto, falsean los premios literarios y arrojan a determinados autores a las listas negras; las genuflexiones ante los más diversos lobbies porque nadie desea ver dañada su carrera política o su imagen mediática son sólo algunos ejemplos de cómo la censura o el exilio son realidades que, no por negadas, han dejado de existir en nuestra sociedad.
Hace unos años, los islamistas lograron que todo el mundo se arrodillara ante ellos por unas caricaturas que consideraron ofensivas y que habían aparecido en un medio escandinavo. En lugar de reaccionar como los editores que publicaron al unísono Los versos satánicos de Salman Rushdie, los occidentales se comportaron como cobardes en la mayoría de los casos. Yo mismo no logré que el embajador de la nación escandinava víctima del ataque islamista dijera una sola frase para mi programa. Lo mismo había sucedido en otros medios porque su nación, ejemplar por tantas cosas, tenía miedo. Ahora queda de manifiesto que están tan crecidos que ya ni siquiera les importa recurrir a la violencia. Saben que hay necios integrales que encontrarán alguna justificación al horror; saben también que hay gente en los medios, en la universidad y en las instituciones que señalarán con el dedo a los defensores de la libertad para infamarlos y eliminarlos y saben que la sociedad, en términos generales, es asustadiza y no ama la libertad.
Han pasado años. España frente al islam es un libro descatalogado – lo que me hace pensar que debe aparecer en formato electrónico cuanto antes – aquel docente puede que sea titular de universidad siquiera por su servilismo frente a lo políticamente correcto y yo, como tantos otros españoles, me he visto obligado a vivir en el exilio. Sin duda, son tres circunstancias menores cuando se piensa en lo que ha retrocedido la causa de la libertad. Sinceramente no creo que deje de retroceder mientras todos ustedes, más allá de las discusiones de café y de las protestas contra la pésima situación del país, no contribuyan a ella de manera realmente activa. Como en el caso de España frente al islam, dicho queda. Como en el caso de España frente al islam, me temo que el tiempo me dará la razón.