Unido a esta serie de títulos que hemos examinado, pero ligado asimismo a los que veremos a continuación, se halla el de «Hijo de Dios». En el Antiguo Testamento, la expresión aparece vinculada a tres circunstancias diferentes. Por un lado, se denominaba a todo el pueblo de Israel con este calificativo (Éx. 4, 22; Os. 11, 1; etc.); por otro, se utilizaba como título regio (2 Sa. 7, 14; Sal. 2, 7; Sal. 89, 26) y, finalmente, servía para designar a una serie de personajes de cierta envergadura como los ángeles (Jb. 1, 6; 2, 1; 38, 7, etc.).
Las referencias al Mesías como «Hijo de Dios» que se hallan en el Enoc etíope (105, 2) y en 4 Esdras (7, 28 y ss.; 13, 32; 37, 52; 14, 9) son dudosas por cuanto cabe la posibilidad de que, en el primer caso, nos hallemos ante una interpolación cristiana y, en el segundo, de que debamos interpretar pais quizá no como «hijo» sino como «siervo», tal como ya hemos visto que sucedía en el judeo- cristianismo de Israel. Todo esto explica que G. Dalman y W. Bousset negaran que el judaísmo empleara el título «Hijo de Dios» en relación con el Mesías[1] y que W. Michaelis[1] insistiera en la novedad del mismo. A pesar de ello, hay datos que apuntan en dirección contraria. En 4Q Florilegium, 2 Samuel 7, 14 es interpretado mesiánicamente lo que, como ha señalado R. H. Fuller,[1] indica que «Hijo de Dios» era ya usado como título mesiánico en el judaísmo anterior a Jesús. No se trata, desde luego, de un caso aislado. De hecho, en la literatura judía el Salmo 2, donde se hace referencia explícita al «Hijo de Dios», éste es aplicado repetidamente al Mesías. Así, el versículo 1 es referido al Mesías en Av. Zar.; en el Midrash sobre el Salmo 92, 11 y en Pirqué de R. Eliezer 28.[1] El versículo 4 es aplicado mesiánicamente en el Talmud (Av. Zar.) y el 6 es referido al Mesías en el Midrash sobre 1 Samuel 16, 1, relacionándolo además con el Canto del Siervo de Is. 53. En cuanto al versículo 7 es citado en el Talmud junto a otras referencias mesiánicas en Suk. 52a.
El Midrash sobre este pasaje es realmente notable porque en el mismo se asocian con la persona del Mesías los textos de Éx. 4, 22 (que, evidentemente, se refiere en su redacción originaria al pueblo de Israel), de Is. 52, 13 y 42, 1 correspondientes a los Cantos del Siervo; el Salmo 110, 1 y una cita relacionada con «el Hijo del hombre que viene con las nubes del cielo». Incluso se menciona el hecho de que Dios realizará un Nuevo pacto. En cuanto al versículo 8 se aplica en Ber. R. 44 y en el Midrash al Mesías. En Suk 52a se menciona además la muerte del Mesías, hijo de José.
De lo anterior se desprende que el Mesías sí era denominado «Hijo de Dios» en algunas corrientes interpretativas judías y que además su figura fue conectada incluso en algún caso con la del Siervo y el Hijo del hombre, algo realmente notable si tenemos en cuenta la forma en que la controversia anticristiana afectó a ciertos textos judíos. En todos los casos, «Hijo de Dios» parece implicar la idea de elección para una misión concreta y determinada y, más específicamente, la ligada al concepto de Mesías.
El título no parece haber disfrutado excesivo uso dentro del judeo-cristianismo afincado en Israel, con la excepción de las tradiciones plasmadas en los Sinópticos, Juan y, caso de haber existido, el Documento Q. En el libro de los Hch., no aparece ni una sola vez conectado con Jesús[1] y lo mismo puede decirse de Santiago. Que el título era conocido se desprende de su aparición en Apocalipsis donde, no obstante, es usado una sola vez (2, 18). En el Evangelio de Juan, sin embargo, tiene un valor muy considerable y casi puede contemplarse como el título preferido por el cuarto evangelista para referirse a Jesús, un título además que no se limita a tener connotaciones mesiánicas sino que indica igualdad con Dios (Jn. 5, 17-8; 10, 30 y ss., etc.). Q 10, 21-2 recoge un dicho indiscutiblemente auténtico en que Jesús califica a Dios como Padre y señala una relación con el mismo diferente a la de cualquier otro ser.[1]
En cuanto al judeo-cristianismo de la Diáspora, las referencias son abundantes. Mateo concede al título una prominencia indiscutible entre los Sinópticos (16, 16) y pretende a través del mismo señalar la autoconciencia de Jesús, que se centra en ser «Hijo del Padre», y recoge (11, 25-7) el dicho ya mencionado. Hebreos dedica más de dos capítulos (1-2) a desarrollar su visión del término, que equivale a afirmar la Divinidad del Hijo, relacionándola con la del Padre. Así, al Hijo se le llama Dios (Heb. 1, 8), se indica que todos los ángeles le adoran (Heb. 1, 6) y se le aplican textos originariamente relacionados con YHVH (Heb. 1, 10 y Sal. 101, 26-8). En cuanto a las cartas de Juan, éstas recuerdan el uso del Evangelio (1 Jn. 2, 23; 4, 15). Por el contrario, Pablo sólo utiliza el título tres veces (Rom. 1, 4; 2 Cor. 1, 19; Gál. 2, 20) y en contextos que no presentan ecos de una influencia pagana[1] y mucho menos de los «hijos de dios» del helenismo.
En términos generales, puede decirse que el título, aparte de sus connotaciones mesiánicas, parece estar teñido, ocasionalmente, en el cristianismo primitivo de connotaciones de divinidad que se retrotraen a la especiad relación que Jesús manifestaba tener con Dios como Abba.
Con todo, el judeo-cristianismo afincado en Israel no da la impresión de haber otorgado una importancia especial al título de «Hijo de Dios», al menos en lo que a su predicación externa se refiere. Que lo conocía es cierto, pero no parece haberlo utilizado con profusión, salvo en el caso del Evangelio de Juan, donde es usado fundamentalmente para establecer la divinidad de Cristo.
Las razones que explican esta conducta parecen haber sido diversas. En primer lugar, estaba el hecho de que algunas de las connotaciones del título eran susceptibles de inducir a error. «Hijo de Dios» podía ser asociado con la idea mesiánica vulgar y, por las mismas razones que aconsejaban utilizar poco el título de «Mesías», aquél apenas fue usado. Una vez más, resultaba preferible recurrir a expresiones como «siervo», «justo», etc., que tenían un contenido mesiánico difícilmente susceptible de asociarse con una idea violenta.
En segundo lugar, y esto fue algo que captaron los evangelistas y, muy especialmente, Juan, la expresión «Hijo de Dios» servía para describir no sólo la especial relación de Jesús con Dios como Padre, sino también para atribuirle un rango de Divinidad. Para expresar ese fenómeno, los judeo-cristianos prefirieron optar por otras expresiones que, como veremos, estaban más enraizadas en el judaísmo y que no eran susceptibles de ser dotadas de un contenido distinto al deseado. Algo similar sucedería con el paulinismo, en el que el título «Hijo de Dios» tiene un eco muy inferior, por ejemplo, al de los Sinópticos. Es muy posible que si el título no desapareció del ámbito judeo-cristiano se debió precisamente a las referencias contenidas en las diversas tradiciones que mostraban a Jesús llamando Padre a Dios de una manera específica e inigualable.
CONTINUARÁ