La resurrección aparece en la ideología judeo-cristiana como la clave no sólo de interpretación del pasado (Jesús ha sido rechazado y muerto) sino, fundamentalmente, del presente (Dios ha reivindicado a Jesús al indicar con su resurrección que era el Mesías-Siervo y el Señor) y del futuro (Jesús volverá para realizar la restauración general).
El discurso petrino de Hch. 3 expresa esta misma visión de manera clara:[1]
1. El Siervo de Dios, Jesús, fue rechazado por Israel y entregado a Pilato para que lo matara (v. 13).
2. Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos, de lo cual son testigos los mismos judeo-cristianos (v. 15).
3. La prueba de su resurrección no se limita al testimonio de sus discípulos, sino a la manera en que actúa en el tiempo presente produciendo, por ejemplo, curaciones (v. 16).
4. Éste, que tenía que padecer según los profetas (v. 18), llama ahora a la conversión, cuya finalidad es que vengan del Señor «tiempos de refrigerio» (v. 19), que Jesús sea enviado de nuevo (v. 20), permaneciendo ahora en los cielos, hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas (v. 21).
La idea que la fuente lucana atribuye a Pedro —Mesías venido, retirado y que volverá de nuevo— cuenta con paralelos significativos en la literatura judía. En el Midrash Rabbah sobre Lamentaciones, comentando a Os. 5, 15 se habla de cómo la Shejinah(«gloria») divina ascendería a su primitivo lugar de habitación, tal como estaba escrito: «Iré y volveré a mi lugar, hasta que ellos reconozcan su culpa y busquen mi rostro.»
El Midrash Rabbah sobre Rut 5, 6 contiene también una referencia a la creencia en el Mesías revelado y luego oculto. Rab. Berekiah hablando en nombre de Rab. Leví señala que el futuro redentor (el Mesías) sería como el antiguo redentor (Moisés) en que, igual que el primero se reveló a sí mismo y luego fue escondido de ellos (Israel), el futuro redentor les será revelado y después escondido de ellos.
El Midrash sobre Rut 2, 14 contiene esta misma tesis relacionándola con Daniel 12, ll y l2,y señalando que el intervalo entre la desaparición del Mesías y su nueva aparición debía ser de cuarenta y cinco días.
No es por ello extraño que el judeo-cristianismo siguiera manteniendo la fe en un retorno de Jesús con la finalidad de restaurar todas las cosas. Sant. 5, 7 y ss. es un auténtico lugar común al respecto y señala con claridad cómo esta creencia determinaba la acción de los discípulos en la sociedad en que vivían. Mientras los versículos 1-6 de ese capítulo son una detallada descripción de la injusticia social que se manifestó, entre otras cosas, en la muerte de Jesús, a partir del versículo 7 se desarrolla un mandato a no oponerse a esa situación, salvo con paciencia en la creencia en el regreso de Jesús (v. 7-8). Lejos de dejarse atraer por los cantos de sirena que, ya por la época en que se escribió la carta, llamaban a la sublevación contra Roma, los discípulos debían esperar con paciencia la venida de Jesús como Señor (v. 7-8), conservar la armonía entre ellos sin quejas (v. 9), tomar como ejemplo a personajes como los profetas y Job (v. 10-11) y entregarse a una vivencia espiritual más profunda (v. 12-13), seguros de que incluso situaciones dolorosas como la enfermedad podían ser remediadas por el Señor (v. 14-15). La fe sería la que los mantendría —incluso en sus necesidades materiales (v. 17-18)— y, por ello, debía intentarse recuperar a aquellos que se habían apartado (v. 19-20).
La misma visión está presente en el Apocalipsis. La esperanza de la comunidad es, obviamente, el retorno de Jesús (c. 19). Él será el que se cobrará el precio de la sangre de sus mártires (Ap. 19, 2 y 17, 6). En cuanto a los discípulos, éstos no deben permitirse la utilización de la violencia, porque el que use la espada, a espada morirá (Ap. 13, 10). A diferencia del zelotismo, que creía indispensable colaborar con Dios para lograr la libertad del pueblo[1] —pero en paralelo con la postura de los fariseos tras la derrota de la rebelión de Bar Kojba[1]—, el judeo-cristianismo adoptó una postura de espera de la intervención divina. Lógicamente, tal hecho era relacionado con el regreso de Jesús, que encauzaría finalmente la historia hacia la consumación señalada en los profetas.
La supuesta «escatología realizada» del Evangelio de Juan conoce asimismo la creencia en un retomo de Jesús (Jn. 14, 2 y ss.; 14, 18 y 28) y, de hecho, su carácter esquemático puede ser indicio de una tradición muy primitiva.[1]
El judeo-cristianismo de la Diáspora fue un evidente heredero de esta cosmovisión. En la primera carta de Pedro, resulta obvio que no se ha desencadenado todavía una persecución contra los cristianos pero, al mismo tiempo, se trasluce la sensación de que ésta puede acontecer en cualquier momento.[1]Hasta la fecha, sin embargo, los gentiles se conforman con murmurar (2, 11 y ss.). Por ello, se ha de seguir una conducta exenta de violencia —como la de Jesús durante su proceso (2, 15-25)— en la que todo sea ejemplar (3, 1-4, 6). La esperanza radica en que «el fin de todas las cosas se acerca» (4, 7) y en que, cuando Jesús regrese, el premio compensará con creces las dificultades actuales (5, 4 y ss.).
La segunda carta de Pedro, de hecho, sigue haciendo girar buena parte de su argumentación en la confianza en el retorno de Jesús (3, 2 y ss.).[1] Ciertamente, a algunos puede parecerles que éste se retrasa en volver, pero detrás de tal circunstancia no hay sino un deseo de Dios de brindar oportunidad a la conversión y a la salvación (3, 9). Al fin y a la postre, Jesús volverá y —de acuerdo con las profecías de Is. 65, 7 y 66, 22— restaurará todo el cosmos.
La misma tesis aparece en la carta a los Hebreos. Nuevamente, la obra pertenece a un período en que la persecución no se ha desencadenado contra los discípulos de Jesús aunque éstos han sido objeto de acosos y presiones (10, 32 y ss.) y la proscripción puede hallarse cercana (12, 4).[1] La esperanza de estos creyentes ha de ser que «el que ha de venir vendrá, y no tardará» (10, 37) y su respuesta debe encarnarse en una fe que resista hasta el momento final (10, 38-12, 2), siguiendo el ejemplo de Jesús (12, 3 y ss.).
En la epístola de Judas, pese a las posibles relaciones con 2 Pedro,[1] el mensaje sobre el retorno de Jesús aparece muy diluido —a menos que se interprete el versículo 3 como una referencia al mismo— pero se sitúa la esperanza del fin de los santos maestros también en la venida del Señor (v. 14 y ss.).
En cuanto al cristianismo paulino, la idea de una segunda venida de Jesús aparece como uno de los hilos fundamentales de su tejido teológico. Las dos cartas a los Tesalonicenses están dedicadas de manera casi monográfica al tema[1] y a algunos problemas pastorales relacionados con el mismo. En Romanos (especialmente 9-11), la mencionada creencia es relacionada, como en el discurso petrino aludido antes, con el arrepentimiento previo de Israel y, tesis novedosa al menos en lo relativo a su exposición, la previa conversión de los gentiles (Rom. 11, 25 y ss.).[1]En 1 Cor.,[1] también aparecen referencias a esta doctrina en relación, especialmente, con la resurrección (c. 15), la celebración eucarística (11, 26), los carismas espirituales (13, 10), etc.
En términos generales, podemos, pues, señalar que la fe en que Jesús volvería —nacida en el seno del judeo-cristianismo asentado en Israel— desempeñó un papel de primer orden en el cuerpo de doctrinas de este movimiento, pero, lo que no es menos importante, determinó su actitud frente a la problemática de la nación judía a la que pertenecía. Sucediera lo que sucediese, los discípulos no debían optar por otra salida que la que ya habían visto en Jesús: paciencia, no resistencia, no violencia y confianza en Dios. Era seguro que si Aquél había reivindicado a Jesús, «Siervo sufriente» y «piedra rechazada», también los reivindicaría a ellos. Tal tesis sería, de hecho, repetida en el judeo-cristianismo de la Diáspora precisamente cuando, sin haber llegado a ella, se hacía previsible el estallido de alguna forma de proscripción, y no resulta menos evidente en el seno del paulinismo.[1]
Al mismo tiempo, parece que existía la creencia de que Israel seguía teniendo en cierta medida la clave para acelerar tal retorno con sólo mostrar su arrepentimiento y volverse hacia el Mesías de Dios. El que Pablo explicara el endurecimiento parcial de los judíos como una providencia divina encaminada a permitir la entrada de los gentiles en las bendiciones mesiánicas no parece que alterara el cuadro general. El resucitado volvería y todo debía ser contemplado a la luz de esa confianza inquebrantable en los «tiempos de refrigerio» mesiánicos.
CONTINUARÁ