La composición social (I): antiguos discípulos de Jesús
Junto con los factores de encuadramiento económico —bastante amplios dentro del espectro correspondiente a la época— resulta de examen obligado comprender cuál era la extracción social de los componentes del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I. Como ya indicábamos al principio, las categorías de este tipo se solapan en no poca medida con las de tipo religioso, lo que, por otra parte, resulta lógico en una sociedad como la judía del Segundo Templo. Como además tendremos ocasión de ver, todas estas categorías se caracterizan asimismo por una considerable heterogeneidad.
El primer segmento social que tuvo un peso decisivo en la configuración del judeo-cristianismo lo constituyeron, sin lugar a dudas, los antiguos discípulos de Jesús. Hechos 1, 14 y ss. incluye entre este primer núcleo a los hermanos de Jesús - que, al menos inicialmente, no creyeron en él (Jn. 7, 5) - igual que a su madre. En conjunto parece que superaron en poco el número de cien (Hch. 1, 15) en la comunidad de Jerusalén, aunque contando los de otras partes del territorio de Israel podrían situarse entre los quinientos y los mil en el momento de la muerte de Jesús (1 Cor. 15, 6).
De este colectivo procedía el grupo de los Doce (Hch. 1, 21) y a él perteneció la mayor parte de los dirigentes judeo-cristianos de Jerusalén en el siglo I. Muy posiblemente, sucedió lo mismo con las comunidades de algunas zonas de Galilea como Nazaret. Por lo tanto, más que hablar de un «califato» de los parientes de Jesús en la comunidad de Jerusalén, como se ha hecho,[ii] habría que referirse a un monopolio casi total de los puestos de responsabilidad por parte de los primeros discípulos, algo lógico si, como veremos más adelante, tenemos en cuenta el papel de conexión que éstos representaban en relación con el Jesús del ministerio público. A fin de cuentas, apóstol o sucesor de apóstol en calidad de tal sólo podía ser aquel que había estado con Jesús desde la época del bautismo de Juan hasta su ascensión a los cielos (Hch. 1, 21-22).
Cuál puede haber sido el origen de estos discípulos es algo que, al menos en parte, se nos escapa. Algunos, sin duda, tuvieron relación con Juan el Bautista (Jn. 1), pero sabemos que no todos los discípulos de éste siguieron a Jesús. En cuanto al resto —que es la inmensa mayoría— desconocemos su filiación religiosa si es que tenían alguna en particular.[iii]
La composición social (II): los helenistas
Otro grupo que ha despertado un enorme interés desde hace años es el de los helenistas, a los que se menciona en Hechos 6 de manera muy específica y formando aparentemente un grupo concreto, en el que destaca Esteban (Hch. 7).[iv] Puede que tal insistencia derive del hecho de que, históricamente, se ha tendido a trazar una línea de separación tajante entre el helenismo y el judaísmo, o entre el judaísmo de la Diáspora y el judaísmo palestino. Hoy por hoy, tal tesis es imposible de mantener. El judaísmo afincado en Israel no fue un compartimento estanco ni, mucho menos, escapó al influjo del helenismo.[v]
La presencia de helenistas en el territorio de Israel aparece ya documentada en los papiros de Zenón en la época de Ptolomeo Filadelfo (285-246 a. J.C.)[vi]. Mucho antes del establecimiento de los imperios helenistas de Egipto y Asia Menor existían enclaves judíos en esos territorios (Jr. 44, 1; Abd. 20), que se hicieron más numerosos tras el reinado de Alejandro. Según Josefo (Apología II, 44; Ant. XII, 147 y ss.), hubo judíos instalados en Cirenaica y en Frigia por Ptolomeo I y Antíoco III respectivamente a fin de asegurar la lealtad de estas áreas. Sabemos de la existencia de judíos residentes en Roma durante el siglo II a. J.C. así como que su número se incrementó a raíz de la conquista de Judea por Pompeyo en el 63 a. J.C.[vii] La misma Misná (Guit. 9: 6, 8) distingue entre los edim ibrim, cuya lengua es el arameo (o el hebreo) y los edim yevanim, cuya lengua es el griego.
Por ello, y tal circunstancia es de enorme importancia, no puede ya aceptarse por sistema la tesis de un enfrentamiento teológico entre judíos de la tierra de Israel y los helenistas, algo que, en el cristianismo, tendría su paralelismo en un supuesto choque entre los judeo-cristianos y Pablo. Ni existió el primero ni, como hemos tenido ocasión de ver en la segunda parte de este estudio, se produjo el segundo, entre otras razones, porque el judaísmo estaba incluso en Palestina intensamente helenizado. Por ello no es de extrañar, por ejemplo, que en fecha tan tardía como la de la sublevación de Bar Kojba (132-5 d. J.C.) los rebeldes utilizaron el arameo, el griego y el hebreo con igual facilidad.[viii]
Los helenistas de Jerusalén, al parecer, se caracterizaron fundamentalmente por su uso de la lengua griega, pero su extracción racial y social seguramente fue variada y en cuanto a su mensaje concreto, si tomamos como paradigma del mismo el discurso de Esteban, no parece que se enfrentara con el del núcleo arameo- parlante tal como aparece en las fuentes. Alguno de sus componentes era obviamente de origen gentil (el Nicolás de Hechos 6, 5), aunque ya había pasado por la ceremonia de la circuncisión y entrado en el judaísmo. En otros casos, quizá nos encontramos ante judíos de la Diáspora —como sería el caso de Bernabé, nacido en Chipre— quizá unidos al grupo durante la experiencia pentecostal , e incluso se han apuntado diversas razones para creer que el mismo Esteban era un prosélito de origen samaritano.[ix]
Económicamente, su extracción debió de ser muy variada. Cabe la posibilidad de que el prosélito fuera incluso un liberto por las razones que hemos señalado antes, pero aunque no fuera tal el caso, parecen existir indicios de que hubo libertos en el grupo de los helenistas a juzgar por el auditorio al que se dirigió principalmente Esteban (Hch. 6, 9). En cuanto a Bernabé, parece haber pertenecido a un estrato más acomodado (Hch. 4, 36).
Los helenistas no permanecieron mucho tiempo en Jerusalén. El martirio de Esteban desencadenó la persecución contra la comunidad judeo-cristiana de esta ciudad y los helenistas optaron por iniciar una obra de expansión misionera que tendría una enorme importancia en el seno del cristianismo posterior (Hch. 8, 1 y ss.). En buena medida, aunque no en exclusiva, iban a convertirse en nexo de unión entre el judeo-cristianismo en Israel y el mundo gentil. Con el primero, desde luego, no parecen haberse nunca interrumpido las buenas relaciones tanto económicas (Hch. 11, 27 y ss.) como disciplinarias (Hch. 15).
La composición social (III): los celosos por la Torah
Una tercera categoría social dentro del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I parece ser la formada por los «celosos por la Torah». No sabemos a ciencia cierta con quién se corresponde este grupo, pero parece que entró en el seno del colectivo de manera coincidente en el tiempo con el gobierno de Santiago (Hch. 21, 20). Es posible que los mismos fueran engrosando las filas del movimiento dado el carácter piadoso del hermano de Jesús y su negativa a involucrarse en los conflictos sociales de la época. En cualquiera de los casos, su origen parece haber sido diverso uniéndolos únicamente el deseo de cumplir la Torah hasta sus últimas consecuencias, aunque, se supone, siguiendo la halajáh específica del judeo-cristianismo. Aunque este sector no parece haberse inquietado ante la entrada de gentiles en el colectivo, ya a finales de los años sesenta,[x] sí les preocupaba sobremanera el que los judeo-cristianos pudieran perder su identidad judía. Entre ellos, puede que se encontraran miembros de los fariseos (Hch. 15, 5) y de los sacerdotes (Hch. 6, 7), pero, seguramente, también habría judíos piadosos no necesariamente adscritos a ninguno de estos dos grupos.
CONTINUARÁ
J. Briand, L’Église…, ob. cit., pp. 18 y ss.
[ii] E. Stauffer, «Zum Khalifat des Jacobus», en Zitschrift für Religionsund Geistesgeschichte, 4, Marburgo, 1952, pp. 193-214.
[iii] O. Cullmann, Jesús y los revolucionarios de su tiempo, Madrid, 1971, y El Estado…, ob. cit., Madrid, 1966 ha intentado mostrar la presencia de antiguos zelotes en el grupo de los Doce, aunque rechaza claramente la posibilidad de que lo fuera Jesús. Por otro lado, R. Eisler ha intentado demostrar —de manera absolutamente infructuosa, por otra parte— que el mismo Jesús sostenía tesis zelotes. Ambas posibilidades nos resultan inaceptables, en primer lugar, porque parece muy improbable que hubiera zelotes en la época de Jesús, pero además porque las circunstancias de vida de los discípulos como Simón (casado, con suegra, con una casa en Cafarnaúm, etc.) hacen muy difícil dar por buena la hipótesis arriba señalada. En el mismo sentido, véanse H. Guevara, Ambiente…, ob. cit., Madrid, 1985, pp. 239 y ss. y M. Hengel, The Zealots, ob. cit., pp. 300 y ss.
[iv] Sobre el tema, véase K. Kilgallen, «The Stephen Speech», en AnBib, 67, 1976; R. Pesch, Die Vision des Stephanus, Stuttgart, 1966; M. Scharlemann, «Stephen, a Singular Saint», en AnBib, 34, 1968; C. Scobie, «The Use of Source Material in the Speeches of Acts III y VII», en NTS, 25, 1978-1979, pp. 399-421; M. Simon, St. Stephen and the Hellenist in the Primitive Church, Londres, 1958. Bibliografía adicional en O. Cullmann, Del Evangelio a la formación de la teología cristiana, Salamanca, 1972 y J. Stevenson, A New Eusebius, Cambridge, 1987.
[v] Un estudio en profundidad de la enorme influencia del helenismo sobre el judaismo palestino en M. Hengel, Judaism…, ob. cit., y, para este período concreto, M. Hengel, The Hellenization…, ob. cit.
[vi] V. Tcherikover, Hellenistic Civilization and the Jews, Filadelfia, 1959, pp. 60 y 427 y ss. para la bibliografía.
[vii] H. J. Leon, The Jews of Ancient Rome, Filadelfia, 1960.
[viii] P. Benoit, J. T. Milik, R. de Vaux (eds.), Discoveries…, ob. cit.
[ix] En este sentido, véase A. Spiro, «Stephens Samaritan Background », en J. Munck, The Acts…, ob. cit., pp. 285 y ss. Se han opuesto a este punto de vista, R. Pummer, «The Samaritan Pentateuch and the New Testament», en NTS, 22, 1975-1976, pp. 441-443 y I. H. Marshall, The Acts…, ob. cit., 1991, pp. 133 y ss.
[x] Pero sí hay posibilidades de que puedan, al menos en parte, identificarse con los que deseaban la circuncisión de los gentiles en Hechos 15, 1 y 5, y que procedían del grupo de los fariseos. Compárese al respecto el uso de celoso en Hechos 26, 5 y Filipenses 3, 6.