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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

La población situada fuera de Judea en el Israel del siglo I

Domingo, 1 de Noviembre de 2015
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LA COMPOSICIÓN ECONÓMICO-SOCIAL DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (IV): la población situada fuera de Judea [1]

Por último, el judeo-cristianismo en el Israel del siglo I parece haber contado en su seno con personas que no pueden encuadrarse de manera satisfactoria en ninguno de los colectivos arriba señalados. El primero de estos grupos incluiría a judeo-cristianos de la llanura costera y Galilea (Hch. 9, 31 y ss.), de los que sabemos muy poco porque los datos son escasos.

En cuanto a Galilea, ya hemos mencionado a un familiar de Jesús que disponía de una mediana fortuna, pero, seguramente, no debió de ser ésa la regla general. En relación con la llanura, hay referencias a algún miembro que, dada su situación de parálisis física, debía de ser de condición humilde (Hch. 9, 32 y ss.); a otro posiblemente acomodado (Hch. 9, 36 y ss.) puesto que se permitía abundar en limosnas y confeccionar vestidos que luego donaba; y a otro que pertenecía a un oficio absolutamente marginal en el seno del judaísmo como era el de curtidor (Hch. 10, 6 y ss.).

Un panorama igual de diversificado es el que nos encontramos en las comunidades de Samaria. La evangelización allí fue iniciada por helenistas (Hch. 8, 5 y ss.) y sancionada favorablemente por los Doce (Hch. 8, 14 y ss.), pero apenas podemos saber nada de la composición social de estas comunidades que, desde luego, contaron en su seno con gente de extracción muy modesta (Hch. 8, 6 y ss.).

Finalmente, poseemos datos que indican que también hubo gentiles en el seno del judeo-cristianismo. No obstante, no parece que fueran numerosos ni que su peso resultara medianamente relevante. El mencionado en Hch. 6, 5 era ya prosélito (por lo tanto, judío) y no permaneció mucho tiempo en Jerusalén. En cuanto al descrito en Hch. 10-11, no sabemos si, por la época en que se produjo su conversión, fue circuncidado o no, pero tal posibilidad no es desdeñable. Si hubo comunidades gentiles específicas —como, por ejemplo, en Pella— lo más probable es que mantuvieran buenas relaciones con las judías pero, seguramente, gobernándose y funcionando aparte de las mismas. En este terreno, sin embargo, no podemos pasar de lo conjetural.

Como señalábamos al inicio de este capítulo, nuestros datos en relación con las áreas concretas que abordamos en él son muy fragmentarios. Fundamentalmente van referidos a la comunidad de Jerusalén y, sólo de manera secundaría, a otras áreas de la tierra de Israel. Pero incluso en el caso de Jerusalén, no existe una continuidad histórica, por lo que nos encontramos con lagunas de importancia. Con todo, y hechas las salvedades previas, parece posible esbozar algunas características relacionadas con la extracción social y la situación económica de los judeo-cristianos en el Israel del siglo I.

En primer lugar, el retrato que obtenemos de la situación social de sus componentes podría ser definido como «interclasista». Un buen número parece haber pertenecido a las clases menesterosas, pero el peso de las clases medias no debió de ser menos relevante. Aún más, parece que el porcentaje de éstas entre los primeros discípulos fue considerable tanto dentro como fuera del grupo de los Doce, y eso a pesar de que Jesús pertenecía con casi total seguridad a una familia de clase modesta. En cuanto a miembros de las clases altas, hubo algunos antes de la ejecución de Jesús y, seguramente, también después, pero los testimonios no resultan muy claros y, al menos en el caso de Santiago, su presencia parece que produjo cierta inquietud en el colectivo, especialmente en algún período de tensión económica.

La idea, pues, de que el judeo-cristianismo era un movimiento de clases oprimidas debe desecharse por cuanto parece obedecer más a una postura apriorística filosófica o teológica que al resultado de un análisis desapasionado de las fuentes. Si hubo una visión espiritual de la pobreza —y éste es un extremo que exigiría matización cuidadosa—, ha de identificarse más con la humildad de los anavim veterotestamentarios que con una imagen revolucionaria y pauperista al estilo de, por ejemplo, los derviches, los movimientos de corte monástico, o los relacionados con la Teología de la Liberación.

En segundo lugar, la comunidad judeo-cristiana en la tierra de Israel parece haber tenido una considerable flexibilidad en lo relativo a la admisión de miembros en su seno, por lo que a su extracción social se refiere. Sabemos que hubo personas que practicaban oficios infamantes como el de curtidor, a la vez que fariseos y sacerdotes. También hay noticia de que en la misma hallaron cabida antiguos discípulos de Juan, aunque lo más seguro es que éstos también hubieran seguido a Jesús. Al igual que sucedía con Jesús, el colectivo no parece haber sido rígido a la hora de llamar a los demás a incorporarse en el mismo siempre que se dieran unos mínimos presupuestos, a los que nos referiremos más adelante. Da la sensación de que la clave para encuadrarse en el colectivo no era tanto el «de donde» se venía como el «hacia donde» se deseaba ir. El llamado era para todo Israel —independientemente de su situación actual— y con el tiempo se abriría a todas las naciones.

Finalmente, el judeo-cristianismo en el Israel del siglo I parece haber contemplado desde muy pronto la posibilidad de incorporar en su seno a personas que no eran judías. Absorbió sin especial dificultad a samaritanos en su interior y no parece haber tenido problemas con los gentiles prosélitos del judaísmo. En cuanto a los que no estaban circuncidados, ya vimos en la segunda parte cómo se arbitró una inteligente solución que salvó la libertad de aquéllos y la peculiaridad de los judeo-cristianos. Si hubo, y tal posibilidad no puede rechazarse, comunidades cristiano-gentiles en el territorio de Israel, seguramente las relaciones con ellas fueron cordiales, pero, muy posiblemente, también existió una independencia a la hora de vertebrar su gobierno y administración.

En buena medida, y precisamente por su flexibilidad, el judeo- cristianismo supo articular su llamado de una manera que, aparte de elementos ideológicos concretos que estudiaremos, resultaba poderosamente atractiva para ciertos sectores de las clases medias y bajas que componían la inmensa mayoría de la población, pero sin dejar fuera de su foco de atención a los miembros de las clases altas. Con una visión así, sus posibilidades de atracción sólo hallaban competencia real dentro del judaísmo en la secta de los fariseos (que, desde luego, era más estricta en cuanto a la admisión de sus miembros y a los requisitos que éstos debían cumplimentar) y no es extraño, como vimos, que el enfrentamiento entre ambos colectivos terminara por producirse.

En buena medida, y precisamente por su flexibilidad, el judeo- cristianismo supo articular su llamado de una manera que, aparte de elementos ideológicos concretos que estudiaremos, resultaba poderosamente atractiva para ciertos sectores de las clases medias y bajas que componían la inmensa mayoría de la población, pero sin dejar fuera de su foco de atención a los miembros de las clases altas. Con una visión así, sus posibilidades de atracción sólo hallaban competencia real dentro del judaísmo en la secta de los fariseos (que, desde luego, era más estricta en cuanto a la admisión de sus miembros y a los requisitos que éstos debían cumplimentar) y no es extraño, como vimos, que el enfrentamiento entre ambos colectivos terminara por producirse.


CONTINUARÁ

[1] En relación con este tema, véanse B. Bagatti, Antichi villaggi cristiani di Galilea, Jerusalén, 1971; Antichi villaggi cristiani di Samaria, Jerusalén, 1979; Antichi villaggi cristiani di Giudea e Neghev, Jerusalén, 1983. Los estudios arqueológicos realizados por B. Bagatti limitan los vestigios de judeo-cristianismo extranjeros a un período comprendido entre los siglos II y IV, con las excepciones que ya señalamos al tratar el tema de las fuentes arqueológicas; en algunos casos, sin embargo, nos encontramos con tradiciones escritas que retrotraen la presencia judeo-cristiana en algunos lugares al siglo I d. J.C.

 

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