De los títulos atribuidos a Jesús que hemos examinado en las entregas anteriores se desprende que su figura fue contemplada por los judeo-cristianos de Israel no sólo como dotada de connotaciones divinas, sino también como manifestación evidente del YHVH creador, salvador y revelador del Antiguo Testamento. Dado que buen número de pasajes del Antiguo Testamento referentes a YHVH habían empezado a ser referidos ya a Jesús como «Señor» y, en menor medida, como Logos, en muy poco tiempo, no es de extrañar que sucediera lo mismo con otros títulos que el Antiguo Testamento y el judaísmo veían como propios y exclusivos de Dios. A continuación, vamos a enumerar algunos de los más significativos:
1. El Primero y el Último
El origen de este título se halla en Is. 44, 6 y 48, 12, donde se refiere a YHVH. Apocalipsis, sin embargo, se lo aplica también a Jesús (1, 17-8; 2, 8; 22, 13-16). En un sentido similar deben entenderse los títulos «Alfa y Omega», «el Principio y el Fin», que en Apocalipsis se atribuyen tanto al Dios Todopoderoso (1, 8) como a Jesús (1, 11-3; 22, 12-6). Resulta difícil negar a la luz de estas noticias que Jesús recibe un título propio del YHVH veterotestamentario con sus mismas connotaciones cósmicas.
2. Yo Soy
El título es aplicado a Jesús de manera destacada en el Evangelio de Juan. Pasajes como Jn. 8, 24; 8, 58, etc., resultan un eco evidente de Éx. 3, 14, donde YHVH se presenta bajo ese nombre.[1] Pero dentro de un contexto judeo-cristiano más seguro debemos referirnos a Ap. 1, 8, donde la expresión se conecta con el Alfa y la Omega pero en la forma «el que es y que era y que ha de venir», lo que recuerda al «que es y será» de N. Ex. 3, 14.
La Septuaginta muestra abundantes ejemplos del Ego eimi («Yo soy») con predicados (Gn. 28, 13; Éx. 15, 26; Sal. 35, 3, etc.). Su contenido es el de autorrevelación de YHVH (Is. 45, 18; Os. 13, 4). Naturalmente, el pasaje más importante en este sentido es el de Éx. 3, 14, que la LXX traduce por Ego eimi ho on,del que parecen derivar otros como Dt. 32, 39; Is. 43, 25; 51, 12; 52, 6, etc.). De todas formas, no puede limitarse a la Septuaginta el interés por la fórmula Ego eimi como nombre de YHVH. Tanto 1 Enoc 108, 12, como Jubileos 24, 22, e incluso Filón al comentar Éx. 3, 14, se refieren al mismo. Partiendo de este contexto, poca duda puede haber en el sentido de que la aplicación de tal título a Jesús implicaba una afirmación de su Divinidad.[1]
3. El que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre
La expresión tiene su origen en Is. 22, 22, donde se aplica al mismo YHVH. Para el autor de Apocalipsis, por el contrario, es un título atribuible a Jesús (Ap. 3, 7).
4. El Señor de Señores
El título tiene su origen en Dt. 10, 17 donde se atribuye específicamente a YHVH. Ap. 17, 14 (donde se une al de Cordero) y 19, 13-6 (donde va ligado al de Palabra o Logos) lo relacionan empero con Jesús.
Ninguna de estas expresiones, preñadas de la atribución de Divinidad a Jesús, aparecen fuera del judeo-cristianismo asentado en Israel (ni siquiera en Pablo) y todas se enraízan claramente en una terminología medularmente judía que arranca del Antiguo Testamento. Se observa, empero, en las mismas una circunstancia de trascendencia innegable: la creencia firme de que el YHVH veterotestamentario se ha manifestado —como ya lo hizo en el pasado— en Jesús. En éste, pues, ha de contemplarse al «Primero y Último», al «Señor de Señores», al «Principio y Fin». Se podrá señalar que esta corriente de pensamiento tenía que ser incompatible con el judaísmo, pero no creemos que tal afirmación tenga validez si consideramos como tal el contemporáneo a las fuentes y el período histórico examinado, como vamos a ver a continuación.
CONTINUARÁ