El Salvador
El término «Salvador» (soter) aparece en el judaísmo relacionado principalmente con la Divinidad. En la Septuaginta se utiliza aplicado a YHVH con cierta frecuencia (Is. 43, 3 y 11; 45, 15; 49, 26; 60, 16; 63, 8; Je. 14, 8; Os. 13, 4; Sal. 24, 5 [LXX]; 26, 9 [LXX]; Miq. 7, 7 [LXX]). Su uso deriva, por lo tanto, de tradiciones veterotestamentarias . Tampoco está ausente como título divino de la literatura rabínica.[1]
En el judeo-cristianismo de la Diáspora, el título es referido habitualmente a Jesús (2 Pe. 1, 11; 2, 20; 3, 2 y 18) al que incluso se denomina «Dios y Salvador» (2 Pe. 1, 1). Puede que éste fuera el sentido que haya que dar también al término en los escritos paulinos. En ellos, el título se aplica a Dios (1 Tim. 1, 1; 2, 3; Tit. 1, 3; 2, 10; 3, 4) pero también a Jesús (Flp. 3, 20; 2 Ti. 1, 10; Tit. 1, 4; 3, 6) al que llega a denominarse igualmente «nuestro Dios y Salvador» (Tit. 2, 13). En la totalidad de los casos parece que el término presenta connotaciones cósmicas y divinas, ligándose precisamente en ocasiones con títulos de estas mismas características como son los de «Señor» e incluso «Dios». Sin embargo, hay que insistir en ello, ya que la utilización es comparativamente escasa.
En el judeo-cristianismo asentado en Israel, el título disfrutó de poco predicamento. Jds. 25 lo refiere a Dios y en Hch. sólo aparece una vez (5, 31). Juan lo relaciona con Jesús (4, 42), pero, específicamente, en un contexto no judío. Esta magra representación dificulta considerablemente el dilucidar su contenido concreto. Ciertamente la idea de «salvación» en Jesús (Hch. 4, 11-12) aparece relacionada con connotaciones cósmicas y divinas, y lo mismo podría decirse del término «salvarse» (Hch. 2, 21-40), que implica también un significado de salud (Hch. 4, 9), un aspecto que, como ya hemos indicado, el judaísmo relacionaba exclusivamente con Dios.
La limitación de este título tanto en el ámbito judeo-cristiano como en el cristiano-gentil puede atribuirse a diversas causas. No debió de pesar poco en ello el deseo de evitar un título que aparecía en la religión helénica y que, por eso mismo, podría dar lugar a equívocos, circunstancia nada deseada por la comunidad de Jerusalén, volcada, como ya vimos, sobre la idea de captar voluntades entre sus compatriotas. Por otro lado, su utilización en el culto al césar puede haber tenido igual efecto disuasorio.[1]
A esto podemos añadir el temor a que el título se viera como una afirmación mesiánica en un sentido distinto del mantenido por la comunidad. Finalmente, señalemos la circunstancia de que el concepto de «salvación» —vinculado real e indiscutiblemente a Jesús— servía para expresar esta acción de una manera más rica que el título soter, a la vez que otros títulos como «Señor», «Palabra» o «Siervo» cubrían igual o mejor el campo semántico de éste.[1]Puede decirse, por lo tanto, que el título fue conocido por la comunidad judeo-cristiana, pero mínimamente utilizado en la medida en que podía despertar equívocos y, a la vez, cabía usar equivalencias que se consideraban más idóneas.
CONTINUARÁ