Resulta difícil desentrañar las raíces de la desazón depresiva de Mahoma[5]. Quizá baste con atribuirla al hecho de no encontrar una corriente espiritual que calmara su desazón, a dar con respuestas contradictorias – como era el caso del judaísmo y de las diversas formas de cristianismo - que no le satisfacían plenamente e incluso a ciertas características psicológicas sobre las que no podemos especular con certeza. La lógica de ese malestar podría explicar la manera en que Jadiya le ofreció todo su apoyo y vio con naturalidad que su marido se retirara con frecuencia a meditar a una cueva. Fue precisamente en una de esas ocasiones cuando tuvo lugar un acontecimiento que trastornó completamente la vida de Mahoma.
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Sobre esta época, véase: J. Akhter, Oc, p. 37 ss; T. Andrae, Mahoma…, pp. 70 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 72 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 23 ss; J. Glubb, Oc, pp. 77 ss; M. Lings, Oc, pp. 53 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 29 ss; J. Vernet, Oc, pp. 37 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 21 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 106 ss.
[2] En ese sentido, J. Vernet, Oc, p. 37.
[3] En un sentido muy diferente, véase la obra del autor musulmán Ahmed Youssef, Le moine de Mahomet. L´entourage judéo Chretien à la Mecque au VI siècle, París, 2008.
[4] En ese sentido, Ali Sina, Understanding Muhammad. A Psychobiography, LaVergne, 2009. El texto de Ali Sina es, con seguridad, el análisis más concienzudo – lo que no significa que tenga que ser correcto – de la personalidad psicológica de Mahoma.
[5] Ali Sina, Oc, pp. 109 ss lo considera un síntoma de un transtorno epiléptico.