Ese panorama experimentó una dramática mutación con la conversión de Mahoma en caudillo de Yatrib. Semejante circunstancia se tradujo, primero, en un conjunto de aleyas relacionadas directamente con la forja de un sistema jurídico en las que lo mismo se podía abordar el derecho de familia que el de sucesiones o el de guerra. A esta época pertenecen tan sólo veinticuatro suras, pero entre ellas se encuentran las más largas (suras de la 2 a la 5) así como otras más breves como la 41 o la 98. Mahoma había dejado de predicar de manera preeminente el Juicio final para comunicar cómo debería ser la nueva sociedad, una nueva sociedad en la que los lazos espirituales pesarían más que los de la sangre y donde las mujeres sufrirían una reducción importante de las libertades con que habían vivido en la Arabia anterior a la predicación de Mahoma. No sólo eso. La poligamia quedaría totalmente legitimada por el comportamiento de Mahoma – un riguroso monógamo mientras vivió la cristiana Jadiya – al igual que el matrimonio temporal o la violación de las prisioneras de guerra siempre que no se eyaculara en su interior. De manera semejante, la mujer sólo podría recibir de la herencia de un varón y su testimonio en juicio valdría la mitad.
Junto con la construcción de ese nuevo orden político-jurídico, la predicación del periodo medinés deja de manifiesto un creciente distanciamiento frente al judaísmo e incluso el cristianismo. Los judíos dejan de ser aliados para pasar a ser severamente censurados por la práctica de la usura (4: 159/161), por alterar el texto del Antiguo Testamento (2: 70/75; 73/79; 4: 48/46) y por su ceguera (2: 87/93; 3: 177/181 a 181/184). Pero, de forma todavía más reveladora, en este período Mahoma anunció que la oración ya no iba a pronunciarse en dirección a Jerusalén sino hacia la Meca (2: 136/142 a 147/152). Se trataba de una circunstancia preñada de significados porque no sólo implicaba el distanciamiento para con el pueblo de Israel sino, por añadidura, el anuncio apenas oculto de que la Meca era un objetivo de primer orden para Mahoma. Los tiempos en que se había anunciado que sus habitantes nunca lo escucharían ciertamente habían pasado a la Historia. Ahora lo que cabía esperar con confianza era el momento en que la ciudad podría ser tomada por Mahoma y sus seguidores.
También durante este período, es fácil observar un cambio de actitud hacia los cristianos. Teniendo en cuenta que la primera predicación de Mahoma era muy semejante a la del ebionitismo que, muy posiblemente, profesaban Waraqa e incluso Jadiya, no llama la atención que, durante un período, los cristianos fueran presentados como los más cercanos a los seguidores de Mahoma (5: 85/82), especialmente si, de acuerdo con la doctrina ebionita, no creían en la Trinidad (5: 169/171). A decir verdad, alguna de las revelaciones entregada por Mahoma en esta época señala que es posible que puedan entrar en el Paraíso (2: 59; 57: 27; 5: 88/85). Sin embargo, esa armonía no duró mucho, posiblemente porque no era posible compatibilizarla con el nuevo estado que, paso a paso, iba creando Mahoma. Así, al fin y a la postre, en este período de la predicación de Mahoma acabaron apareciendo condenas conjuntas de judíos y cristianos (2: 114/120 y 129/135).
En este período medinés, las revelaciones de Mahoma denotan un cambio que resulta sencillamente espectacular. Nos referimos a la actitud hacia la violencia y la guerra. Durante años tanto Mahoma como sus seguidores habían soportado pacíficamente la persecución de la misma manera que los primeros cristianos. Frente a los insultos y las sevicias, sólo opusieron una fidelidad inquebrantable a la predicación de Mahoma, una resignación nacida de la certeza de que aquel destino era el habitual para los que obedecían al único dios y una acentuación de la solidaridad entre ellos. A lo sumo, los seguidores de Mahoma habían optado por el exilio, pero no por la violencia. Esa conducta se convirtió en algo del pasado con una considerable celeridad. La violencia no sólo se convirtió en algo legítimo sino incluso en un instrumento de expansión (8: 40/39-41/40) e incluso control social (26: 224-228/227).
Mahoma se ha convertido ya en esta época en un caudillo, en el guía que lo mismo impulsaba la construcción de un nuevo estado que mandaba un ejército, lo mismo anunciaba normas para el funcionamiento de la sociedad que acallaba a los disidentes, lo mismo sellaba alianzas que apuntaba a la Meca como objetivo. Sin embargo, Mahoma, convertido ya en un guía, no era presentado todavía como el sello de los profetas como más tarde señalaría el Islam. Una prueba de ello la encontramos en las variantes con que ha llegado hasta nosotros la aleya 6 de la sura 61. El texto finalmente coránico dice:
Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: «¡Hijos de Israel! Yo soy el mensajero de Al.lah para vosotros, en confirmación de la Torah anterior a mí, y como anunciante de un mensajero que vendrá después de mí, llamado Ahmad». Pero, cuando vino a ellos con las pruebas claras, dijeron: «¡Esto es manifiesta magia!»
La tradición islámica posterior identificaría a Ahmad con Mahoma y convertiría a Jesús en un anunciador de Mahoma. Sin embargo, ahora sabemos que ese texto del Corán fue alterado [1]. La versión de Ubayy, por ejemplo, decía:
Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: «¡Hijos de Israel! Yo soy el mensajero de Al.lah para vosotros, en confirmación de la Torah anterior a mí, y como anunciante de un profeta cuya comunidad será la última comunidad y por el cual Al.lah pondrá el sello de los profetas a los mensajeros», los hijos de Israel dijeron: «¡Esto es manifiesta magia!»
Mientras que en la versión definitiva, Jesús anunciaba a Mahoma como último profeta, en la de Ubayy, era el mismo Jesús el último profeta y fundador de la última comunidad. Sólo el paso del tiempo iría convirtiendo a Mahoma en el sello de los profetas que proclama el Islam posterior, un fenómeno que quedaría reflejado en las variaciones de diversas suras[2].
Un estudio reciente de David S. Powers [3] ha argumentado de manera muy sólida el hecho de que Mahoma no se consideró durante mucho tiempo cómo el sello de los profetas. La prueba fundamental a favor de esa tesis reside en el hecho de que Mahoma declaró como hijo – y, por lo tanto, sucesor – a Zayd, el único hombre mencionado, aparte de Mahoma, en el texto del Corán. Semejante conducta carecía de sentido si, efectivamente, Mahoma se consideraba el sello de los profetas y, por lo tanto, no podía tener a nadie que lo sucediera. La muerte de Zayd – que se divorciaría de su esposa para que con ella pudiera casarse Mahoma[4] - haría desaparecer ese obstáculo. Por añadidura, todo el episodio – que concluiría con la declaración final de Mahoma como sello de los profetas – acabaría dejando su huella incluso en alteraciones del texto del Corán.
CONTINUARÁ
[1] Un desarrollo extraordinario del tema en E-M. Gallez, Oc, pp. 133 ss.
[2] En ese sentido, con referencias a 33: 40; 48: 29 y la sura 61, véase E-M. Gallet, Oc, pp. 140 ss.
[3] David S. Powers, Muhammad is Not the Father of any of Your Men. The Making of the Last Prophet, Filadelfia, 2009
[4] Véase pp. .