Llegados a ese punto, los coraishíes recurrieron a la táctica de la negociación. Fue así como enviaron una comisión a Abu Talib con la intención de comunicarle que verían con buenos ojos que impusiera silencio a Mahoma. Abu Talib los atendió cortésmente, pero Mahoma continuó con su predicación. Así se llegó a una segunda comisión de los coraishíes que ya no resultó tan cortés como la primera. No estaban dispuestos a tolerar un mensaje que, en su opinión, era susceptible de causarles perjuicios. Precisamente por ello, los coraishíes llegaron a amenazar a Abu Talib con la posibilidad de un derramamiento de sangre que, al producirse entre clanes, cobraría las características de una verdadera guerra civil. Abrumado, Abu Talib se vio obligado a enfrentar a Mahoma con una disyuntiva ciertamente amarga. Había que aceptar que las amenazas de los coraishíes podían convertirse en algo real y para él, cargado de años, lo que estaba sucediendo y lo que podría acontecer resultaba una carga muy difícil de sobrellevar. La respuesta de Mahoma – que debió pensar que podía verse abandonado por su tío – fue terminante. No estaba dispuesto a abandonar su misión ni siquiera aunque le ofrecieran el sol y la luna. Mientras Al.lah le siguiera enviando revelaciones, seguiría predicando aunque le costara la vida. Acto seguido, abandonó el lugar llorando.
Mahoma estaba dispuesto a arrostrar cualquier tipo de peligro costara lo que costase, sin excluir el abandono de su clan y las trágicas consecuencias que de ese paso pudieran derivarse. Abu Talib, ante esa tesitura, no quiso dejarlo a su suerte. Por el contrario, lo llamó y le comunicó que podía seguir predicando lo que quisiera porque no lo abandonaría en ningún caso.
La tercera comisión enviada por los coraishíes a Abu Talib decidió optar por una nueva alternativa y pasó de la amenaza al soborno. Formaba parte de ella Umara b. al-Walid al-Majzumi, uno de los jóvenes más atractivos y valerosos del clan, y la propuesta que le presentaron a Abu Talib fue la de que lo aceptara en el seno de su familia a cambio de entregar a Mahoma. La respuesta de Abu Talib vino marcada por la indignación. Bajo ningún concepto estaba dispuesto a aceptar a un hijo de los coraishíes para alimentarlo a cambio de entregarles a un hijo propio, Mahoma, al que tenían intención de dar muerte. La discusión se caldeó y, finalmente, no se llegó a un acuerdo. La conclusión a la que llegaron, por tanto, los coraishíes fue la de que tendrían que adoptar medidas más drásticas.
(CONTINUARÁ)
Véase: J. Akhter, Oc, p. 45 ss; T. Andrae, Mahoma…, pp. 39 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 91 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 30 ss; J. Glubb, Oc, pp. 91 ss; M. Lings, Oc, pp. 82 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 37 ss; J. Vernet, Oc, pp. 43 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 55 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 130 ss.
[4] J. Vernet, Oc, p. 45.