La Biblia es absolutamente clara en el sentido de que nuestras obras no pueden ganarnos la salvación y creo sinceramente que cualquiera que reflexione con un poco de sentido común llega a una conclusión semejante. Pensar que lo que hagamos en esta vida nos compra, adquiere o consigue un lugar al lado de Dios es, en realidad, un punto de vista procedente del paganismo y no de la predicación de Jesús y de sus primeros seguidores. Basta leer la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18: 9-14) para percatarse de que sólo hay posibilidad de salvación para aquel que se acerca a Dios reconociendo su pecado, aceptando a su absoluta incapacidad de salvarse a si mismo y entregándose a su pura gracia. Por el contrario, sólo la separación de Dios espera al religioso que se siente dichoso de su distancia con los que considera pecadores y se jacta de lo que considera sus buenas obras. Por el contrario, para el que verdaderamente ha conocido a Dios porque no cree que puede ganar la salvación sino que sabe que todo es puro regalo la pregunta es ¿cómo es posible? ¿Cómo es posible que Dios, a pesar de mi pecado, me amara? ¿Cómo es posible que se encarnara para morir en mi lugar? ¿Cómo es posible que estuviera dispuesto a pagar el precio de mi salvación dejándose torturar y crucificar? ¿Cómo puede ser posible algo semejante? La única respuesta, a la luz de la Biblia, es que se trata de un amor que excede cualquier raciocinio.
Charles Wesley, extraordinario predicador del Evangelio y magnifico compositor, lo dejó reflejado en una de las canciones más hermosas que conozco, una canción en la que se pregunta: “¡Amor sublime! ¿Cómo puede ser?” Así es de grande el amor de Dios… Disfruten la canción. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!