Al final, del sufrimiento propio sólo son plenamente conscientes el que lo padece y Dios. Los demás quizá intuyen algo, saben algo e imaginan… mucho. Pero los momentos de dificultad, de soledad, de pena, de ansiedad, de confusión, de tinieblas, de desesperación nadie los conoce como el que los pasa. Nadie los entiende e interpreta mejor que Dios.
Esta certeza es lo que explica el tono alegre de una canción que habla de pesares. Dios conduce nuestra vida si nosotros la ponemos en Sus manos. Es entonces cuando actúa sobre las heridas, las llagas, las laceraciones de nuestra existencia, esas que sólo El y cada uno de nosotros conocemos. No sorprende, por tanto, que cada estrofa de la canción acabe con un Gloria, Aleluya. En realidad, es lógico.
Les dejo con tres versiones de la canción. La primera – de Louis Armstrong – es bastante clásica y combina su voz rota con el sonido inolvidable de su trompeta; la segunda es de Mahalia Jackson, la reina del Gospel que, inexplicablemente, no había aparecido ningún sábado por aquí; la tercera es una versión que se hizo para la misa allá por los años sesenta. Musicalmente es horrible y su letra desvirtúa bastante el sentido original, pero no he encontrado otra en español así que ustedes me disculparán.
No tengo duda de que muchos de los que acuden a este muro no están libres de todos esos sufrimientos. Puede que se den en el trabajo, en la familia, en el matrimonio, incluso en la iglesia y lo tremendo es que la dimensión real sólo la conocen ellos y Dios. Deseo en esta mañana de sábado instarles a que pongan su vida en manos de ese Dios para recibir la ayuda y el auxilio necesarios y para experimentar esa paz que, como dice el Nuevo Testamento, supera lo que el entendimiento humano puede comprender. Gob bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Louis Armstrong con su trompeta
La incomparable Mahalia Jackson
Una versión de misa de los 60 - Nadie sabrá mi triste ansiedad – del extraordinario “Negro spiritual”.