Como tuvimos ocasión de ver, el viaje hacia Jerusalén fue contemplado por Pablo como algo peligroso tiempo antes de que comenzara (Rom 15, 31) y aquella impresión resultó confirmada, según la fuente lucana, a través de los mensajes proféticos que recibió durante su viaje en el seno de varias iglesias (Hch 20, 23; 21, 4, 10-14). Nada, sin embargo, había disuadido a Pablo de su propósito y, finalmente, hizo su entrada en Jerusalén donde fue recibido por Santiago y los ancianos de la comunidad judeo-cristiana (Hch 21, 17 ss).
La fuente lucana pone de manifiesto que la visita de Pablo obtuvo una buena acogida y no tenemos motivo para dudar de que fuera así. La época era especialmente conflictiva, los necesitados - a juzgar por la epístola de Santiago - debían ser numerosos y la colecta, cuya cuantía desconocemos aunque no debió ser insignificante, seguramente fue bien recibida. Por otra parte, las noticias del crecimiento misionero posiblemente fueron acogidas también con alegría puesto que indicaban hasta qué punto las decisiones del “decreto jacobeo” habían sido acertadas (Hch 21, 19-20). Con todo, no todo iba a resultar igual de armonioso. En Jerusalén - y es fácil de creer que también en la Diáspora - corrían rumores contrarios a Pablo, esparcidos por algunos judíos, en el sentido de que enseñaba que éstos no tenían que circuncidar a sus hijos ni cumplir la ley de Moisés. Ni Santiago ni sus compañeros creían en tales acusaciones y además se manifestaban satisfechos con el “decreto jacobeo” como regla relativa a los gentiles [1]. Era impensable retroceder de aquella postura para imponer a los gentiles la ley. No obstante, a su juicio, resultaba imperativo aclarar tal situación porque el movimiento había crecido considerablemente y los nuevos fieles extraidos de entre los judíos eran celosos cumplidores de la ley.
Efectivamente, Pablo no había enseñado jamás que los judíos convertidos a la fe de Jesús tuvieran que dejar de circuncidarse o de cumplir la ley mosaica y el mismo parece haber sido un judío rigurosamente fiel hasta el final de sus vida. Hoy en día, tales aspectos parecen fuera de duda. Por supuesto, su enseñanza - como la petrina - insistía en que el cumplimiento de la ley mosaica no era lo que abría al hombre la obtención de la salvación, sino la fe en Jesús, pero jamás rechazó el que ésta resultara de cumplimiento obligatorio para los judíos. Ahora bien, como ya hemos visto, en relación con los gentiles, Pablo mantuvo una postura – por otro lado, con paralelos en el judaísmo de la época y, en cualquier caso, sancionada por la comunidad de Jerusalén - en el sentido de que no estaban sujetos ni a la circuncisión ni al cumplimiento de la ley mosaica.
Los enemigos judíos del judeo-cristianismo se veían ante la imposibilidad de acusarlo de anti-nomianismo. Los judeo-cristianos eran celosos de la ley y Santiago constituía un paradigma al respecto. Pero el mensaje de Pablo podía ser tergiversado en el sentido de que no sólo eximía de la ley y de la circuncisión a los gentiles sino también a los judíos, y a través de esta argucia, agredir la credibilidad de los judeo-cristianos de Judea. Estos, que en armonía con todas las fuentes no daban crédito a la acusación, sin embargo, necesitaban mostrar que Pablo era inocente de la misma y, con tal finalidad, le recomendaron la realización de un gesto que pusiera de manifiesto que él también era un fiel cumplidor de la ley. La ocasión la proporcionó el hecho de que cuatro jóvenes se raparan la cabeza como señal de un voto y que, por ello, necesitaran presentar ofrendas (Hch 21, 23 ss).
El voto en buen número de casos se pronunciaba después de experimentar la curación de una enfermedad y puede haber sido el caso de estos jóvenes porque los hechos taumatúrgicos están muy bien documentados en el seno del judeo-cristianismo, incluso en las fuentes hostiles al mismo. En cualquier caso, el costear este tipo de votos era considerado una acción especialmente digna de alabanza en el contexto judío y sabemos que el mismo Herodes Agripa realizó un acto similar presumiblemente también con fines propagandísticos (Ant XIX, 294). Pablo aceptó la sugerencia de Santiago[2]. Por un lado, era un fiel cumplidor de la ley y el acto encajaba perfectamente dentro de la misma; por otro, él mismo lo había realizado en el pasado al menos en una ocasión, muy probablemente tras sanar de una enfermedad (Hch 18,18)[3]. Si no se especificaba otra duración, el voto de nazireato duraba treinta días (Mishnah, Nazir 6: 3). Durante ese periodo, se producía una abstención total de vino y bebidas alcohólicas, se evitaba el contacto susceptible de crear un estado de contaminación ritual (vg: con un cadáver), y no se cortaba el cabello. Al final de ese periodo se presentaba una ofrenda en el templo y el cabello, ya cortado, era consumido en un fuego sacrificial junto con un cordero y una cordera de un año y un carnero sin defecto (Nu 6, 13-4. También Mishnah, Nazir 6: 5-6). Cualquier israelita podía asociarse con el nazireo haciéndose cargo del costo de la ofrenda, que era la sugerencia que se hacía a Pablo. Para que éste mismo pudiera participar debía asimismo someterse a una ceremonia de purificación puesto que regresaba de tierra de gentiles. Por desgracia para los judeo-cristianos (y no digamos para Pablo) el plan no obtuvo éxito.
CONTINUARÁ
[1] Hechos 21, 25. En un sentido similar, ver: H. Conzelmann, Die Apostelgeschichte, Tubinga, 1963, p. 123 y E. Haenchen, The Acts of the Apostles, Oxford, 1971, p. 610.
[2] J. D. G. Dunn, Unity and Diversity in the New Testament, Londres, 1977, p. 257, ha especulado con la
posibilidad de que el cumplimiento de la ceremonia fuera la condición previa impuesta por la comunidad jerosilimitana para aceptar la colecta. Francamente, no existe en las fuentes ningun apoyo para tal punto de vista y no es de extrañar.
[3] A esto han añadido algunos autores el hecho de que, de alguna manera, la visita al templo le permitiría consumar el contenido escatológico de la ofrenda de los gentiles llevada a Jerusalén. Este último aspecto es claramente especulativo y no puede apuntarse sino como una posibilidad apuntada
también por otros autores. En ese sentido, ver: F. F.
Bruce, New Testament History, 1980, Nueva York, p. 355.
Este mismo autor (F. F. Bruce, The Book of Acts, Grand
Rapids, 1990, pgs. 406 ss e Idem, Paul: Apostle of the
heart set free, Grand Rapids, 1990) ha expresado sus
dudas acerca de que Pablo creyera en la efectividad de
la medida arbitrada por Santiago y los judeo-cristianos
pero creemos que tal punto de vista arranca más que de
una lectura de las fuentes de una consideración sobre
los hechos posteriores. En cuanto a la visión de A. J.
Mattill, “The Purpose of Acts: Schneckenburger reconsidered” en Apostolic History and the Gospel, ed. W. W. Gasque y R. P. Martin, Exeter, 1970, en el sentido de que la comunidad de Jerusalén rechazó la ofrenda gentil (p. 116) y de que la sugerencia del pago de los votos fue una trampa de los judaizantes para que fuera capturado en el templo (p. 115) - trampa descubierta por el autor de la fuente lucana en el mismo momento de la captura de Pablo - parece, a nuestro juicio, más digna de una novela que de un estudio serio de las fuentes. Desde luego, si el autor del libro de los Hechos pensó alguna vez en que la sugerencia de Santiago era una trampa para Pablo se ocupó de ocultar su pensamiento a conciencia.