A diferencia del poder romano que podía ser despiadado, pero que mantenía un mínimo de respeto por la ley, las decisiones del Sanhedrín, tal y como señalan las propias fuentes judías, estaban muy mediatizadas por las distintas facciones que lo componían. Semejante circunstancia había resultado fatal en su día para Jesús, pero Pablo iba a aprovecharla en su beneficio de manera verdaderamente magistral. El episodio nos ha sido transmitido por la fuente lucana:
1 ENTONCES Pablo, fijando la mirada en el sanhedrín, dijo: hermanos, hasta el día de hoy, he vivido con toda buena conciencia ante de Dios. 2 Entonces el sumo sacerdote, Ananías, mandó a los que estaban cerca de él, que le golpeasen en la boca. 3 Entonces Pablo le dijo: Dios te golpeará a ti, pared blanqueada: ¿estás tú sentado para juzgarme conforme a la Torah, y en contra de la Torah ordenas que me golpeenr? 4 Y los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios maldices? 5 Y Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; porque está escrito: Al príncipe de tu pueblo no maldecirás. 6 Entonces Pablo, percatándose de que una parte era de saduceos, y la otra de fariseos, clamó en medio del sanhedrín: hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo: se me juzga por la esperanza en la resurrección de los muertos. 7 Y, al decir esto, se produjo una disensión entre los fariseos y los saduceos; y se dividió la multitud 8 porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos creen en todas estas cosas. 9 Y se levantó un gran clamor: y poniéndose en pie los escribas del partido de los fariseos, se pusieron a discutir vehementemente diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre. ¿Qué le vamos a hacer si un espíritu o un ángel le ha hablado? 10 Y, al producirse una tremenda discusión, el tribuno, temiendo que Pablo fuera despedazado por ellos, ordenó que acudieran los soldados, y se lo llevaran, conduciéndolo a la fortaleza. 11 Y la noche siguiente, se le presentó el Señor y le dijo: Ten valor, Pablo; de la misma manera que has testificado de mi en Jerusalén, es indispensable que des testimonio también en Roma.
(Hechos 23, 1-11)
Pablo se había encontrado en una situación especialmente peligrosa desde el momento en que el sumo sacerdote era un saduceo nada escrupuloso de la legalidad. Según cuenta Josefo[1], Ananías, el hijo de Nedebeo, robaba los diezmos destinados a los sacerdotes de rango inferior. El mismo Talmud menciona su inmunda glotonería (Pesaj 57ª). De la misma manera que había ordenado que lo golpearan, es más que posible que no habría tenido dudas a la hora de impulsar una condena del apóstol. A fin de cuentas, su interés primordial era evitar tumultos en el templo que justificaran una intervención romana en la vida de la nación. Por un motivo así, algunos años antes se había tomado la decisión de matar a Jesús que era un maestro popular (Juan 11, 45 ss). Resultaba obvio que no iban a tener más contemplaciones con un personaje como Pablo que no contaba con el respaldo entre la población que había tenido Jesús. Sin embargo, el judío de Tarso era un adversario correoso. Captó a la perfección que el sanhedrín estaba dividido entre fariseos y saduceos y apeló a su condición de fariseo. Él – a diferencia del sumo sacerdote – creía en la resurrección de los muertos y, a decir verdad, era por eso por lo que se le juzgaba, porque predicaba a uno que ya había resucitado y que constituía la garantía de que esa resurrección tendría lugar al final de los tiempos. De manera automática – y comprensible – el sanhedrín se dividió entre saduceos y fariseos. Éstos incluso aprovecharon las palabras de Pablo para dejar claro que no se podía negar ni la resurrección ni la existencia de ángeles. En medio del alboroto, las fuerzas romanas de orden tuvieron que tomar de nuevo cartas en el asunto. Nadie podía saberlo entonces, pero antes de que pasara una década el sumo sacerdote ante el que había comparecido Pablo sería asesinado por nacionalistas judíos que lo consideraban intolerablemente corrupto y cercano a Roma.
En apariencia, Pablo había conseguido salvarse de las asechanzas de sus enemigos en Jerusalén. La realidad era muy distinta. Un grupo de algo más de cuarenta judíos se juramentó para no comer ni beber hasta darle muerte. Además convencidos de la santidad de su causa, se pusieron en contacto con miembros del sanhedrín para que facilitaran sus propósitos. El plan consistía en pedir al tribuno que sacara a Pablo para poder conversar con él y aprovechar la situación para darle muerte (Hechos 23, 12-15). Con toda seguridad, el judío de Tarso no hubiera podido sobrevivir a aquella conjura de no haberse producido un hecho verdaderamente providencial. Un sobrino de Pablo, hijo de su hermana, tuvo noticia de lo que se tramaba y lo puso en conocimiento del tribuno romano (Hechos 23, 16 ss). Es el único dato que poseemos sobre los parientes del apóstol. Posiblemente, vivían en Jerusalén como él lo había hecho durante algunos años y nada parece indicar que hubieran abrazado la fe en Jesús. En realidad, es muy posible que mantuvieran un contacto estrecho con las autoridades judías, el suficiente al menos como para enterarse de lo que se planeaba contra el apóstol. Sin embargo, esa forma distinta de ver las cosas no les había cegado como para dejar a Pablo abandonado a su suerte. Gracias a ello precisamente iba a salvar la vida.
CONTINUARÁ
[1] Antigüedades XX, 205-207.