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Miércoles, 6 de Noviembre de 2024

Pablo, el judío de Tarso (LXXI)

Domingo, 18 de Febrero de 2018
DE CESAREA A ROMA (VII): El viaje hacia Roma (V): la llegada a Roma

Lo que restaba del viaje para alcanzar la península itálica fue realizado a inicios de la primavera a bordo de otro barco que cubría la ruta Alejandría-Roma y que había invernado en Malta (Hechos 28, 11). Se trataba de una embarcación que tenía por enseña a Cástor y Pólux, y que llegó al puerto de Siracusa. Allí permaneció la nave durante tres días y luego bordeando la isla alcanzó Regio. Al día siguiente, aprovechando el viento sur, se encaminó a Puteoli, la actual Pozzuoli, en la bahía de Nápoles. Puteoli era el principal puerto de llegada de naves mercantes procedentes del Mediterráneo oriental y contaba con una comunidad judía [1]. También existía una comunidad cristiana que acudió a recibir a Pablo y a sus acompañantes y que les pidieron que se quedaran con ellos una semana. El apóstol pudo hacerlo posiblemente porque el centurión Julio necesitaba quedarse en Puteoli ese tiempo dada su condición de frumentarius y su obligación aneja de realizar distintos trámites relacionados con la carga de trigo.

El resto del trayecto hasta Roma fue completado por tierra. Desde Capua viajaron por la Via Apia y, presumiblemente, los hermanos de Puteoli debían haber enviado algún mensaje a los de Roma avisando de la cercanía de Pablo porque salieron a recibirlos al camino. El encuentro tuvo lugar en el Foro de Apio – un punto situado a setenta y dos kilómetros al sur de Roma en la Via Apia - y en las Tres tabernas, un enclave localizado unos quince kilómetros más al norte (Hechos 28, 14)[2]. El efecto de aquella recepción en el ánimo de Pablo fue verdaderamente extraordinario y no sorprende que diera gracias a Dios por ello (Hechos 28, 15). Todo llevaba a pensar que se enfrentaría pronto con el mismo emperador, pero no se encontraba solo. Además de Lucas y Aristarco, le acompañarían aquellos hermanos que habían salido a recibirlo. Finalmente, por muchas dificultades que se hubieran interpuesto en su camino, había llegado a la capital del imperio.

La llegada de Pablo a Roma vino acompañada de los trámites legales habituales. El centurión Julio entregó a los detenidos al stratopedarjos. Se ha discutido la equivalencia exacta de este término en latín. Para algunos, era el prefecto militar o princeps peregrinorum. La existencia de este cargo está atestiguada por una inscripción de la época del emperador Trajano [3]. Se trataba del jefe del castra peregrinorum situado en la colina Celia, el cuartel general de los oficiales de las legiones que iban a informar a Roma y también, al menos desde el siglo II, de los frumentarii. Sin embargo, el stratopedarjos pudo ser también el comandante de algún otro campamento – castra praetoria – como los ubicados cerca de la puerta Viminal en el extremo noreste de la ciudad. Sea como fuere, lo cierto es que a Pablo se le permitió vivir aparte aunque bajo la custodia directa de un soldado (Hechos 28. 16).

Pablo se apresuró a convocar a los judíos de la ciudad, una delegación de los cuales lo visitó a los tres días de su llegada. El apóstol aprovechó el encuentro para exponer las razones de su detención y para informarles de que si había apelado al césar no era porque tuviera nada en contra de su nación, sino por salvarse de las asechanzas que había sufrido. A decir verdad, si se encontraba encadenado era por creer en la esperanza de Israel (Hechos 28, 17-20). Sin embargo, los judíos de Roma no sabían nada de lo que se refería a Pablo. Al respecto, la fuente lucana es diáfana:

 

21 Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido cartas sobre ti procedentes de Judea, ni ha llegado ningún hermano para denunciarte o hablar mal de ti. 22 Sin embargo, querríamos oir de ti lo que piensas, porque sabemos que en todas partes se habla contra esta secta. 23 Y habiéndole señalado un día, acudieron muchos a verlo a la posada, a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios, intentando convencerlos de lo concerniente a Jesús, valiéndose de la Torah de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde. 24 Y algunos aceptaron lo que decía, pero otros no lo creyeron. 25 Y como no se pusieran de acuerdo, mientras se marchaban, Pablo les dijo: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, 26 Diciendo: Ve a este pueblo, y diles: Con los oídos oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis: 27 Porque el corazón de este pueblo se ha embotado, Y sus oídos se han endurecido, y se han tapado los ojos; para no ver con los ojos, ni oir con los oídos, ni entender de corazón, y convertirse de manera que los sane. 28 Sabed, por lo tanto, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios: y ellos escucharán. 29 Y, al escuchar aquello, los judíos se marcharon discutiendo entre ellos.

(Hechos 28, 21-29)

 

Lo que sucedió en el encuentro entre Pablo y los judíos de Roma recuerda a no pocas experiencias previas de su vida misionera. El apóstol intentó convencerles recurriendo a las Escrituras de que Jesús era el mesías en el que se cumplían las profecías. El resultado fue que sus oyentes se dividieron. Algunos creyeron en el mensaje evangélico, mientras que otros manifestaron claramente su incredulidad. La reacción de Pablo consistió entonces en citar un pasaje del libro de Isaías (Isaías 6, 9-10) en el que Dios al tiempo que lo llama para cumplir con su misión profética le advierte de que la mayoría de los judíos no lo escucharán impidiendo así su propia salvación. Sin embargo, el apóstol no estaba dispuesto a dejarse abrumar por tan conocida circunstancia. A partir de ese momento, su predicación iría dirigida de manera primordial a los gentiles.

La fuente lucana narra a continuación que “ 30 Pablo se quedó dos años enteros en una casa alquilada, y recibió a todos los que iban a visitarlo, 31 predicando el reino de Dios y enseñando lo referente a Jesús, el Señor y mesías, con toda libertad y sin obstáculo (Hechos 28, 30-31). Con esa afirmación, concluye el relato lucano. Esta circunstancia tiene una relevancia histórica no escasa. De entrada, implica que el libro de los Hechos es de redacción muy antigua. Por supuesto, se trata de un texto anterior a la ejecución de Santiago en el año 62, a la persecución de Nerón en la que fueron ejecutados Pedro y Pablo, y a la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70, hechos todos que Lucas hubiera relatado de haberlos conocido. Pero, al mismo tiempo, dado que Hechos se redactó con posterioridad al Evangelio de Lucas (Hechos 1, 1 ss), hay que deducir que esta vida de Jesús debió escribirse como muy tarde a finales de los años cincuenta del s. I.

 

 

CONTINUARÁ

[1] Josefo, Guerra II, 104; Ant XVII, 328.

[2] No deja de ser significativo que el romano Cicerón escribiendo a Atico (II, 10) también mencionara juntos ambos lugares.

[3] Comptes-rendus de l´Academie des Inscriptions et Belles-Letres, París, 1923, p. 197.

 

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