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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

Pablo, el judío Tarso (LXVI)

Domingo, 14 de Enero de 2018
DE CESAREA A ROMA (II): En Cesarea: ante Félix

La ciudad[1] a la que se dirigía Pablo – y en la que iba a pasar los dos siguientes años – fue levantada por Herodes el grande entre el 20 y el 9 a. de C., en torno a un lugar denominado la Torre de Estratón. El objetivo perseguido por el monarca idumeo era contar con un puerto mediterráneo de especial relevancia. En buena medida, Cesarea era un reflejo de la personalidad de Herodes. Su sentido práctico, su resolución a la hora de vencer las dificultades – al no existir puerto natural había tenido que levantar uno artificial – y su voluntad de mantener la alianza con Roma se dieron cita en una ciudad construida precisamente en honor de Augusto y que de él recibía el nombre. Esta última circunstancia provocó una cierta aversión de los judíos hacia el lugar que, desde sus inicios, contó con una población mayoritariamente gentil. Desde el año 6 d. de C., el gobernador romano de Judea consideró que Cesarea era un lugar más adecuado para fijar su residencia que la ciudad de Jerusalén. De hecho, es en el teatro de Cesarea donde se encontró en 1961 una inscripción latina donde se menciona a Poncio Pilato[2], el gobernador que condenó a muerte a Jesús.

El procurador con el que se iba a encontrar Pablo en Cesarea no era el típico gobernador de provincia. Marco Antonio Félix no pertenecía, como era habitual en ese puesto, al orden ecuestre sino que era un liberto que, tiempo atrás, había sido esclavo de una mujer tan ilustre como Antonia. Antonia era hija de Marco Antonio y de Octavia, la hermana de Augusto, pero además era la viuda de Druso, el hermano de Tiberio, y la madre del emperador Claudio. Félix era hermano de Palas, otro de los libertos de Antonia, que había ascendido de manera espectacular en el seno de la administración imperial. Es posible que Palas ayudara a Félix a iniciarse en los vericuetos del poder, pero lo cierto es que el ahora gobernador había demostrado una enorme capacidad personal para relacionarse. Baste decir, por ejemplo, que sus tres esposas fueron de sangre real. Una era nieta de Antonio y Cleopatra, y Drusila, con la que estaba casado en la época en que Pablo llegó a Cesarea, era la hija menor de Herodes Agripa y la hermana de Agripa II y Berenice.

Félix había sido nombrado gobernador en el 52 d. de C., pero es posible que previamente hubiera ocupado un puesto administrativo en Samaria bajo su predecesor en el cargo, Ventidio Cumano [3]. Quizá en esa época fue cuando trabó conocimiento con Jonatán, el hijo de Anás, un antiguo sumo sacerdote que presionó sobre Roma para que Félix fuera nombrado gobernador. Como ya indicamos en un capítulo anterior, su designación coincidió con un recrudecimiento de la actividad terrorista de los sicarios. Félix reprimió con dureza esas acciones lo que tuvo como consecuencia que fuera muy bien considerado en Roma. De hecho, cuando Palas cayó en desgracia en el año 55 al poco de acceder Nerón al principado, Félix conservó su cargo. Ante ese personaje, iba a comparecer ahora Pablo.

A los cinco días de su llegada bajo custodia, apareció en Cesarea un grupo de acusadores con la intención de defender su postura ante el gobernador Félix. En él se encontraban el sumo sacerdote Ananías y algunos de los ancianos, pero la tarea de presentar la acusación contra Pablo recayó en un orador profesional llamado Tértulo. La fuente lucana nos ha transmitido su informe que presentó la forma clásica de captatio benivolentiae, es decir, una declaración adulatoria que pretendía granjearse la voluntad favorable del juez:

 

2 Y cuando fue citado Tértulo comenzó su acusación, diciendo: dado que por tu causa vivimos en gran paz, tu prudencia permite que muchas cosas sean bien gobernadas en el pueblo, 3 siempre y en todo lugar te manifestamos nuestro reconocimiento con toda gratitud, oh excelentísimo Félix.

(Hechos 24, 2-3)

 

Naturalmente, aquello era sólo la introducción y Tértulo entró inmediatamente en el fondo del asunto, en una acusación que pretendía presentar a Pablo como un personaje subversivo – un cargo gravísimo en aquellos tiempos - que debía ser castigado con toda severidad:

 

4 Sin embargo, por no molestarte más, te ruego que nos oigas brevemente conforme a tu equidad. 5 porque hemos descubierto que este hombre es un agitador que provoca sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y un dirigente de la secta de los nazarenos, 6 el cual también intentó profanar el templo. Tras prenderlo, le quisimos juzgar conforme a nuestra ley: 7 pero intervino el tribuno Lisias y con grande violencia nos lo quitó de las manos, 8 y ordenó a sus acusadores que comparecieran ante ti. Ahora tienes la oportunidad de juzgar y de entender todas estas cosas de que le acusamos.

(Hechos 24, 4-8)

 

Lo señalado por Tértulo colocaba a Pablo en una dificilísima situación. Por un lado, quedaba denunciado como un cabecilla conocido por fomentar sediciones contrarias al imperio y, por otro, como un enemigo del templo con el que hasta la fecha Félix había mantenido muy buenas relaciones. Tanto si el gobernador decidía entregarlo al sumo sacerdote como si le aplicaba él mismo la condena, ésta sólo podía ser, según los términos expuestos por Tértulo, la pena capital o bien por profanar el templo o bien por levantarse contra el emperador. Sin embargo, el derecho de Roma imponía que el acusado pudiera defenderse y ahora le tocaba el turno a Pablo. La fuente lucana recoge un sumario de lo que fue su alegato:

 

10 Entonces Pablo, tras haberle hecho el gobernador una señal para que hablase, respondió: Ya que sé que hace muchos años que eres gobernador de esta nación, de buena gana voy a defenderme. 11 Porque tú puedes entender que no hace más de doce días que subí a adorar a Jerusalén; 12 y ni me hallaron en el templo disputando con ninguno, ni provocando tumultos en ninguna sinagoga, ni en la ciudad; 13 ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan. 14 Sin embargo, sí confieso que conforme a aquel Camino que llaman herejía, sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la Torah y en los profetas están escritas; 15 teniendo esperanza en Dios que habrá una resurrección de los muertos, tanto justos como injustos, algo que también ellos esperan. 16 Y por eso, me esfuerzo por tener siempre una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres. 17 pero pasados muchos años, vine para hacer limosnas a favor de mi nación, y ofrendas, 18 fue entonces cuando me hallaron purificado en el templo (no con una multitud ni armando alboroto) unos judíos procedentes de Asia; 19 que debieron comparecer ante de ti, y acusarme si es que tenían algo en mi contra 20 o que digan estos mismos si encontraron en mi algún crimen cuando comparecí ante el sanhedrín, 21 salvo que, estando entre ellos dije en alta voz: A causa de la resurrección de los muertos soy hoy juzgado por vosotros.

(Hechos 24, 10-21)

 

Si el alegato de Tértulo había sido brillante, no lo fue menos la defensa esgrimida por Pablo. Ante Félix se había presentado como un hombre piadoso – una realidad difícil de refutar – que nunca había entrado en cuestiones políticas – de nuevo, un hecho innegable – y cuyo comportamiento había intentado ajustarse siempre a lo contenido en las Escrituras. Las acusaciones penales que se formulaban contra él, desde luego, no podían ser probadas y así se desprendía de la ausencia de sus acusadores y de la falta de acuerdo en el sanhedrín. A decir verdad, todo se reducía a una cuestión religiosa en el seno del judaísmo. Sin mencionarlo, Pablo estaba apelando al mismo principio legal que había permitido su absolución ante Galión años atrás.

La fuente lucana señala que Félix se había tomado el trabajo de informarse sobre las diferencias doctrinales entre los distintos grupos y, muy posiblemente, a esas alturas tenía una posición muy similar a la formulada por Pablo. En aquel momento, aplazó su decisión hasta la llegada del tribuno Lisias muy posiblemente recurriendo a la fórmula Amplius propia del derecho romano. A decir verdad, nada hace pensar que el nuevo testimonio pudiera aportar algo contra Pablo y, en puridad, la decisión de Félix debiera haber sido dictar su puesta en libertad. Si no lo hizo, se debió a dos razones. La primera era la curiosidad de escuchar a un maestro judío y la segunda, la esperanza de recibir algún soborno de Pablo. En ambas cuestiones, Félix acabó sintiéndose defraudado.

Unos días después de la vista, Félix, acompañado de su mujer Drusila que era judía, convocó a Pablo para charlar con él[4]. A la sazón, Drusila no había cumplido todavía los veinte años. Tiempo atrás había sido prometida al príncipe de Commagene, pero el matrimonio no había llegado a celebrarse porque el novio se había negado a convertirse al judaísmo. Entonces Agripa, el hermano de Drusila, la había entregado a Azizo, monarca del reino de Emesa (Homs) en Siria, que sí se había manifestado dispuesto a abrazar la fe de Moisés. A pesar de todo, el matrimonio no había perdurado. Cuando Drusila tenía tan sólo dieciséis años, Félix la sedujo. Flavio Josefo nos ha transmitido la noticia de que en esa labor fue ayudado por un mago chipriota llamado Atomos[5]. El dato seguramente es cierto, pero cabe pensar que lo que Drusila encontró en Félix fue, por primera vez en su vida, una pasión que quedaba contrapuesta a las uniones políticas a las que se había visto sometida con anterioridad. Según Josefo, Félix le había ofrecido “felicidad”, algo que resulta muy difícil de rechazar y que, presumiblemente, Drusila no había conocido hasta entonces. Desde luego, no exigió a Félix que se convirtiera al judaísmo para casarse con él. De la unión nació un hijo llamado Agripa que moriría en el año 79 durante la erupción del Vesubio.

El encuentro de Pablo con Félix y Drusila resultó frustrante. Sus referencias a Jesús como el mesías fueron escuchadas con interés, pero cuando el apóstol se refirió a “la justicia, y la continencia, y el juicio venidero” (Hechos 24, 25), Félix se sintió espantado y lo despidió. Lo cierto es que un hombre que le había quitado la esposa a otro y que había demostrado una resolución despiadada en el ejercicio de su cargo no tenía ante el mensaje de Pablo más alternativas que apartarlo de si o convertirse.

Durante los meses siguientes, Félix volvió a llamarlo en varias ocasiones, pero su único interés era escuchar alguna propuesta de soborno del apóstol para que lo pusiera en libertad (Hechos 24, 26). Semejante eventualidad no se produjo y durante dos años Pablo siguió detenido en Cesarea. Al cabo de ese tiempo, Porcio Festo fue designado sucesor de Félix. Éste podría haber dictado la puesta en libertad del apóstol antes de abandonar su cargo. Sin embargo, llegó a la conclusión de que le resultaba más conveniente quedar bien con las autoridades judías que hacer justicia y optó por dejar a Pablo en prisión (Hechos 24, 27).

 

 

CONTINUARÁ

 

[1] Sobre Cesarea, L. I. Levine, Caesarea under Roman Rule, Leiden, 1975, y Roman Caesarea: An Archaeological-Topographical Study, Jerusalén, 1975; C. T. Fritsch (ed), Studies in the History of Caesarea marítima I, Missoula, 1975.

[2] El texto fue publicado en primer lugar por A. Frova, Istituto Lombardo di Scienze e Lettere: Rendiconti, Milán, 1961, pp. 419-434.

[3] Tácito, Anales XII, 54, 3.

[4] El texto occidental de los Hechos atribuye la decisión de llamar a Pablo a Drusila.

[5] Antigüedades XIX, 354 ss y XX, 139-143.



 

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