Llegamos hasta allí en el tren de alta velocidad. No me voy a detener una vez más en él – aunque tendré que hacerlo en el futuro – pero sí debo hacer referencia al paisaje. La sensación es de una enorme prosperidad. En ocasiones, el camino se pinta de prosperidad agrícola – frutales y arrozales – y en otras, de prosperidad industrial, pero lo que resulta innegable es esa prosperidad. China no es que haya dado un salto de gigante, es que parece haberse calzado las botas de siete leguas. Como si fuera un martillo, golpeando vez tras vez, no puedo quitarme de la cabeza que, en términos económicos, los chinos van por el buen camino mientras que hay naciones que han perdido el rumbo si es que alguna vez lo tuvieron. Peor para ellas, claro.
Me he referido antes a los Song, pero la andadura de Hangzhou comenzó ya en la Prehistoria y, más concretamente, en el Neolítico. Hace siete mil años, en esta parte del mundo, ya cultivaban el arroz – los primeros en hacerlo en el sureste de China – trabajaban el jade – un material que cada vez me fascina más – y utilizaban la escritura. Más tarde, mientras en España, los visigodos creaban el primer estado español – por cierto, bastante inestable, dividido y ferozmente antisemita – Hangzhou se convirtió en una prefectura lo que le permitió contar con una de esas murallas verdaderamente prodigiosas tan frecuentes en territorio chino. Con la dinastía Tang – un conjunto de emperadores que, por sus logros, convierte en canijas a casi todas las dinastías europeas – Bai Juyi se convirtió en gobernador de la ciudad. Era un gran poeta, pero además un magnifico gobernante. De hecho, el lago del oeste – que encontró seco – lo recuperó convirtiéndolo en un foco de riqueza.
Considerada una de las siete capitales de la antigua China, durante el período de las cinco dinastías y los diez reinos, más o menos, cuando el Cid cabalgaba por España, pasó a llamarse Xifu y a convertirse, junto a Nanjing y Chengdu, en uno de los focos culturales de la China del sur. Aclaremos que cuando se piensa en esa época, en Europa, en cultura nos referimos a alguna iglesia, algún monasterio y quizá – no siempre – a algún resto escrito. En el caso de China, la cultura era extraordinariamente más amplia y refinada. Por añadidura, mientras Europa quedaba embotellada en un aislamiento derivado de la presión del islam y de su dificultad para lograr recuperar los logros de la cultura clásica, China comerciaba con los árabes y los japoneses. Ibn Battuta la menciona como la ciudad asentada cerca de un hermoso lago.
A inicios del siglo XII, los jurchenes asolaron el norte de China y los emperadores Song convirtieron Hangzhou en su nueva capital mientras resistían a los invasores. El traslado, teóricamente, iba a ser provisional, pero se extendió hasta el siglo siguiente en que llegaron los mongoles y durante esas décadas, Hangzhou vivió una prosperidad cultural extraordinaria. En Europa, algunos cantares de gesta y algunas composiciones religiosas fueron, junto con construcciones eclesiásticas, las únicas manifestaciones de cultura. Sólo el número de poetas que vivieron en esta ciudad supera a los de toda Europa sumados. En cuanto a su calidad… es sencillamente colosal. No sólo eso. En Hangzhou, aparecieron científicos de talla como Shen Kuo (¡¡¡siglo XI!!!) mientras la población superaba los dos millones. La Corona de Aragón, a la sazón, andaba por el cuarto de millón de habitantes. No debe sorprendernos porque de 1180 a 1358, casi de manera ininterrumpida, Hangzhou fue la ciudad más poblada del mundo. Ni siquiera su conquista por los mongoles de Kublai Jan cambió esa situación. Fue entonces cuando la conoció Marco Polo que insistió en que era la mayor ciudad del mundo. Lara y yo acabamos de llegar. Vamos a ver lo que nos encontramos.
CONTINUARÁ