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Domingo, 24 de Noviembre de 2024

Desde el Tíbet (VII): ¿Qué es el budismo tibetano?

Miércoles, 26 de Agosto de 2015

Si se pregunta a cualquiera de los habitantes del Tíbet, cuál es su religión dirá que es el budismo. Es cierto que hay algunos musulmanes de origen chino y, en la clandestinidad, algunos evangélicos, pero la realidad es que el Tíbet es una región budista.

Bueno, budista… por supuesto, para los tibetanos, su budismo es el auténtico. Cuenta con una jerarquía que les interpreta las enseñanzas de Buda, con una cabeza visible más que fiable porque es la reencarnación de los Dalai Lamas anteriores, con un conjunto de ceremonias, santuarios e imágenes ciertamente impresionante e incluso, según ellos, con una vinculación racial con Buda que era nepalí y, por lo tanto, emparentado con los tibetanos. Son, si se me permite la comparación, “el budismo verdadero fuera del cual no hay salvación”. No sólo eso. A pesar de la insistencia en negar su vinculación con China se jactan de haber llevado el budismo a esa nación. ¿Es el budismo tibetano el más puro, “el único verdadero”? Ni por aproximación. En realidad, el budismo tibetano es una religión claramente sincrética. Sobre la base de una religión shamánica previa denominada la religión bon, se superpuso algunos conceptos – no muchos – del budismo original. Fue así como surgió el budismo tibetano que, ciertamente, apela a Buda, pero que sólo presenta un lejano parecido con sus enseñanzas.

Buda – el príncipe Shakyamuni al que dediqué mi libro Buda, el príncipe – fue fundamentalmente un reformador del hinduísmo. No rechazó sus dioses – por eso, mal que le pese a muchos, el budismo es una forma de politeísmo – ni tampoco la creencia en la desesperante rueda de la reencarnación. Sin embargo se deshizo del sistema de castas, de los sacrificios brahmánicos y del barroquismo hindú. Su fe era más sencilla, humana y cercana quizá porque se basaba en la afirmación del dolor como la base de la existencia. Para escaparse de ese dolor, ineludible y característico de la vida, había que renunciar al deseo y sólo así, sin deseos y llevando una vida recta, sería posible librarse de la obligación de reencarnarse una y otra vez aunque – esto es innegable – de esa situación sólo resulta posible librarse si se es monje y varón. Las mujeres y los no-monjes sólo pueden aspirar a ir subiendo por el camino que los llevará a liberarse de la onerosa carga de volver a vivir. De esa sencillez inicial de Buda, poco o nada queda ya en el budismo tibetano. En lugar de la referencia a sus enseñanzas, el punto de referencia es el Dalai Lama. La propia imagen de Buda se ha fundido con elementos paganos hasta convertirla en casi irreconocible. Lo importante no es el apego a sus enseñanzas sino a las prácticas enseñadas por los lamas y cuyo origen suele ser pagano. A la ética de Buda ha sustituido la ceremonia lamaísta. Da la sensación de que si Buda apareciera en estos momentos por el Tíbet arrojaría a los lamas de unos templos en los que se le menciona y donde aparecen sus imágenes, pero donde no se ha vivido jamás de acuerdo con sus enseñanzas. A decir verdad, el Dalai Lama no pasa de ser un monarca que se vale de la figura de Buda para intentar mantener un poder teocrático. Con certeza, cualquier tibetano que escuchara esto se horrorizaría, pero es la pura verdad. Los Dalais lamas no son los sucesores de Buda en este mundo. Han sido y son soberanos con tanto o más de político que de religioso que, apelando a Buda, han forjado una religión sincrética donde el mensaje de Buda apenas se distingue, donde el fiel se cree salvo sometiéndose a la dirección espiritual de los lamas y a sus ceremonias y donde, en realidad, los Dalais lamas, pretendiendo representar a Buda, lo han sustituido. Por pavoroso que suene, el Dalai Lama no es el verdadero intérprete de Buda. A decir verdad, es un mero usurpador. Es para meditar en el proceso histórico porque tiene paralelos en otras religiones. De momento, la próxima vez me referiré al ascenso al Everest.

CONTINUARÁ

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