La más que discutible decisión de un tribunal germano de no extraditar a Puigdemont y el respaldo ulterior de una ministra me han causado un enorme pesar. Sin embargo, mi desolación se ha agudizado al contemplar la manera infantil con que ha reaccionado buena parte de la opinión pública.
“Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos…”. Con esas palabras iniciales, comenzaba Charles Dickens una lúcida descripción del período de la Revolución francesa y su impacto no sólo en Francia sino también en su tierra natal.
La semana pasada estuve en Argentina. De ello tengo que dar cumplida cuenta, pero tendrá que esperar algunos días, entre otras razones, porque me queda por contar mis últimos viajes a Perú y México que estuvieron cargados de peripecias más que interesantes.
La caída de la Unión soviética en la última década del siglo y la ausencia de grandes potencias impulsó en algunos geo-estrategas la idea de que el establecimiento de un sistema unipolar de poder era imparable. Las consecuencias fueron rotundas.
Al cabo de dos años de detención, Pablo – como había pensado – fue puesto en libertad. Las razones para ese desenlace pueden establecerse con facilidad.
En 1862, en medio de la guerra de Secesión, un hombre llamado Wallace Willis, escribió en el territorio indio una canción titulada Steal Away. De manera bien significativa, Willis había sido esclavo y vivía ahora entre los choctaws.
Este mismo enfoque de profundizar en el cumplimiento de la Torah, lo encontramos también en relación con la práctica de la veracidad. Tras referirse al adulterio, indica Jesús: