La semana pasada se cumplieron veinte años de la victoria electoral, más que ajustada, que desalojó al PSOE del gobierno nacional y se lo entregó a José María Aznar. Me ha llamado la atención que esos hechos de enorme trascendencia no hayan llamado apenas la atención en los medios de comunicación españoles. A decir verdad, el único artículo de fondo que encontré referido al tema es el que yo escribí para el diario La Razón, que se publicó la semana pasada y que reproduzco a continuación ligeramente ampliado. Es para pensar.
Es más que frecuente que por mi exilio pasen todas las semanas españoles de todo tipo. Son lectores, oyentes radiofónicos, antiguos cargos públicos, empresarios deseando salir de España, gente en busca de trabajo, políticos en ejercicio… De alguna manera u otra, acaban consiguiendo localizarme y se acercan hasta mi humilde domicilio para expresarme su aprecio.
Como señalé en la entrega anterior, en 2011, la mayoría de los españoles estaba convencida de que no podría existir un gobierno peor que el de ZP. En términos económicos, sociales, políticos – incluso culturales – parecía obvio que no podría darse una presidencia peor que la del presidente socialista.
Si Amós, Oseas o Nahum son profetas que pueden ser encuadrados con sencillez en la cronología secular, hay otros donde semejante entronque no resulta tan fácil. Es el caso de Joel.
Hace años un amigo mío tuvo un empleado peculiar. Era, ciertamente, eficiente, pero le daba por introducirse en los caterings de la empresa y, aprovechando que todos estaban trabajando, vaciar las bandejas como si tuviera gazuza de siglos.
Como señalé en la anterior entrega, Aznar no reformó el sistema político de la Transición, pero, al adoptar medidas tan sencillas como bajar los impuestos y limitar el gasto público, relanzó la economía española de una manera que no se conocía desde los mejores años del franquismo.