Me refería en mi última columna a cómo la visión del trabajo y de la prosperidad moderada constituye uno de los pilares del despegue espectacular experimentado por China en las últimas décadas. La segunda base es la visión de la familia.
Tras mucho reflexionar, he terminado por llegar a la conclusión de que los populismos del chavismo venezolano al evismo boliviano pasando por Podemos en España o Syriza en Grecia no pasan de ser un gigantesco dedo.
En una entrega anterior, señalé aquellos aspectos en los que Lutero se equivocó. Como indiqué entonces se trató de cuestiones en las que, al fin y a la postre, el resabio católico de siglos no fue purificado del todo por su exposición a la enseñanza de la Biblia.
El segundo libro de Crónicas – en el que se relata desde el reinado de Salomón al edicto de Ciro – aparece en las Biblias cristianas a mitad del Antiguo Testamento, pero es el último libro en la división de la Biblia judía. Por peculiar que pueda parecer semejante circunstancia tiene una enorme lógica.
Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, más conocido como el Conde-Duque de Olivares, nació en Roma aunque procedía, como Séneca o Trajano, de una familia andaluza. Destinado inicialmente a la vida eclesiástica, la muerte de sus hermanos mayores le abrió el camino a la corte.
Cuando lean ustedes estas líneas, Dios mediante, un servidor estará en Centro-América comenzando a impartir una serie de conferencias en distintos ámbitos.
El año pasado China superó a Estados Unidos en Producto Interior Bruto convirtiéndose en la primera economía mundial. No es que el hecho fuera inesperado, pero sí resultó más que sorprendente la rapidez con que se había llegado a una situación que no se esperaba antes del segundo tercio del siglo XXI.
“¿Cuál es la causa de la triste situación presente? La verdad es que existía algo que ya no existe, algo que conservaba libre a la sociedad. ¿Qué era este algo? Nada de extraordinario ni complicado. Sencillamente lo siguiente: quien aceptaba dinero de aquellos que pretendían dominar o arruinar a la nación era aborrecido por todos y ser convicto de corrupción era el peor delito y no existía ni remisión ni perdón. Ahora ha sido introducido lo que arruina a la nación. ¿Qué es? Envidiar a quien ha aceptado dinero, reír si alguien lo reconoce, perdonar a los culpables y, más aún, odiar a quien los censura. En resumen: la corrupción y todo lo que la acompaña”. El autor de estas líneas identificaba el origen de los males de su sociedad, una sociedad democrática, en la corrupción y, sobre todo, en una indiferencia frente a ella que había terminado por corroer sus bases y abrir el camino hacia soluciones demagógicas llamadas a instaurar una tiranía.