Todos sabemos que, a lo largo de nuestra vida, se presentan momentos de dificultad. En ocasiones, esa dificultad puede llegar incluso a lo dramático. En ocasiones así, las respuestas son diversas.
El primer libro de Samuel concluía con un episodio especialmente trágico. Israel había sido derrotado en el campo de batalla por los filisteos y Saúl y sus hijos yacían muertos. La vida de David se desarrollará ahora de manera diferente mostrando claroscuros muy acentuados.
A mediados del siglo XVI, en el monasterio jerónimo de san Isidoro del Campo de Sevilla, tuvo lugar un curioso episodio. Los monjes comenzaron a estudiar la Biblia de forma sistemática y, de manera acelerada, abrazaron la causa de la Reforma.
Confieso que hay ocasiones en que me veo sumido en el más profundo estupor. Estuvo a punto de sucederme hace unos días cuando una política afirmó que los piropos deberían ser ilegalizados.
La Historia religiosa – como la nacional – suele caracterizarse por la dosificación de la mentira. Pretende a fin de cuentas mantener a los fieles en el redil y así, de manera conveniente, oculta, resalta o tergiversa tal o cual episodio histórico. Hasta bien entrado el siglo XX, por ejemplo, de san Francisco Javier se podía alabar que entre las primeras medidas que impulsó al llegar a Oriente fuera la de implantar la inquisición para que arrojara al fuego a los herejes.
Si Felipe II reunió en si mismo los peores defectos de la España de los Austrias – fanatismo, soberbia, superstición… - otro hijo de su padre, Carlos I, pareció compendiar las virtudes de la época.