En una de las novelas de Fernando Vizcaíno Casas – autor injustamente vilipendiado, quizá porque contó en clave de humor lo que casi nadie se ha atrevido a relatar en serio – se describía un curioso episodio. Las huelgas se iban extendiendo por todo el territorio nacional hasta que el propio gobierno se sumaba.
Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que una de las maneras en que más cruel se puede mostrar la vida es permitiéndonos ver lo que ha sido de nuestros compañeros de infancia. Niños con los que compartimos pupitre, jugamos y soñamos no sólo han ganado grasa y han perdido pelo sino que han ido pasando por esta existencia recibiendo más que golpes auténticos hachazos. Creo que es el caso de mi pobre amigo Cristóbal.
No deseo yo agriar la alegría del año que empieza reflexionando sobre el panorama español, pero me negaría a mi mismo y renegaría de mi deber si no analizara con realismo y honradez la situación presente.
Durante el año que concluye hoy, 2015, he publicado en Facebook más de un millar de folios. Parece mentira, pero sería el equivalente a tres libros. No está mal como regalo a todos ustedes. Permítanme que antes de que suenen las doce campanadas les obsequie con otro modesto presente. Comienza un nuevo año y, como tengo por costumbre, me permito dar unas sugerencias para los próximos doce meses.
(El 29 de octubre de 2014 escribí el artículo que incluyo a continuación y que el diario La Razón publicó unos días después. Léanlo ahora y reflexionen sobre los recientes resultados. Desde la tarde del domingo llevo pensando si quizá debería reconsiderar mi resistencia numantina a realizar apuestas. A diferencia de alguno que ha perdido hasta un jamón yo podría haber ganado varias cenas. Les dejo con el artículo)
Como vimos en la entrega anterior, el inicio del mensaje de Isaías constituye un llamamiento a la conversión. La sociedad del reino de Judá estaba enferma espiritualmente y sólo un reducido resto parecía darse cuenta de ello. El juicio de Dios vendría antes o después y se llevaría todo por delante. Sin embargo, Isaías no era un catastrofista.