No son pocos los historiadores que han considerado que la esclavitud fue el pecado original de los Estados Unidos. Los puritanos carecieron de esclavos y los cuáqueros se opusieron encarnizadamente a la institución excomulgando incluso a aquellos de sus miembros que tuvieran esclavos.
Hace aproximadamente dos años, desde el diario La Razón lanzaba yo un grito en petición de ayuda para el Teatro de cámara Chéjov de Madrid. Su director, Ángel Gutiérrez, me había contado cómo la crisis y la subida de impuestos estaban estrangulando su sala amenazando con el cierre.
Algunos lo señalan como la primera víctima de la victoria republicana en las últimas elecciones legislativas. En realidad, el hecho de que Chuck Hagel haya dejado de ser el secretario de defensa de Estados Unidos implica repercusiones mucho mayores.
Sé con casi absoluta seguridad que fue la primera canción góspel que escuché y que me dejó fascinado. No debería yo tener más de cinco o seis años, pero aquel sonido incomprensible para mi que concluía con un “Jericho, Jericho” me subyugó.
El último libro de la Torah, Deuteronomio, constituye una repetición de las leyes mosaicas al pueblo de Israel que, una generación después de su salida de Egipto, se encuentra a punto de entrar en la Tierra prometida.
La Historia oficial suele verse desmentida no pocas veces por la literatura de calidad. Ésta, quizá no la niega, pero la complementa con otra realidad diferente.
Tengo muy claro desde hace muchos años cuáles son los problemas no sólo actuales sino históricos de España. Se podrían resumir en la existencia de unas castas privilegiadas que manejan la política a su antojo teniendo como pantalla a otras castas nuevas que también se aprovechan criminalmente de la situación, pero que, por regla general, son las que se llevan las iras populares. Mi misión consistiría, pues, en avanzar lo más posible hacia la constitución, por primera vez en la Historia de España, de una nación de ciudadanos libres e iguales.
Le dedicaba mi editorial del pasado viernes en el programa La Voz, pero vuelvo a recordarlo porque resulta indispensable y es material para reflexionar a fondo más allá de filias y fobias.
Decía Stendhal que la novela es un espejo que se desplaza a lo largo del camino. Se discutirá si semejante definición es aplicable a todas las novelas, pero no cabe duda de que es adecuada para las obras maestras que él mismo legó a la posteridad como es el caso de Rojo y negro, una de las mejores obras de ficción del siglo XIX y uno de los mejores relatos sociales de la Historia.