La lectura de la Historia realizada por los nacionalistas ucranianos es tan delirante y falsa como la de nacionalistas catalanes y vascos. Pero aún peor es su sangrante conducta liberticida.
Debía yo de tener nueve años cuando observé que mi profesor en San Antón, el bondadosísimo don Ángel, leía un libro titulado Las últimas banderas. Yo lo ignoraba, pero la obra en cuestión había ganado el Premio Planeta y narraba el final de la guerra civil desde la perspectiva de los vencidos.
Durante algo más de una década ejercí la abogacía. Es posible que se tratara de un pecado de juventud, pero lo cierto es que aquellos años en que vestí la toga me enseñaron mucho sobre la naturaleza humana y, sobre todo, me llevaron a desarrollar una profunda desconfianza hacia cualquier conducta, pública o privada, que implicara una falta de respeto por la legalidad.
Palabras al aire con Sagrario Fernández-Prieto.
Las noticias del día con César Vidal y María Jesús Alfaya.
El editorial de César Vidal.
Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el lunes 24 de septiembre de 2018.
Los datos son sólidos como el peñón de Gibraltar que diría un británico. Si España mantiene su sistema productivo se quedará en la cola de la OCDE durante los próximos sesenta años. Sí, han leído bien. Seis décadas de ser el farolillo rojo si no se cambia la estructura de producción nacional. En otras palabras, la escasez, la precariedad e incluso la pobreza no tendrán su final en el período de vida de los que ahora trabajan ni de sus hijos y con un poco de mala suerte tampoco de sus nietos. Entendámonos. No se trata de una situación inevitable como si un juicio divino fuera. Se trata, por el contrario, de las consecuencias de los actos de distintos segmentos políticos, económicos y sociales. Si España sigue siendo un país rezumante de funcionarios incrustados en el sistema autonómico actual, habrá sesenta años de pobreza. Si España mantiene un sistema impositivo depredador cuya finalidad fundamental es mantener en pie un armazón estatal costoso e inoperante, habrá sesenta años de pobreza. Si España sigue gastando sin ton ni son en lo que se denomina neciamente solidaridad o causas sociales, pero que, como el feminismo y la ideología de género, sólo pretende mantener castas privilegiadas, habrá sesenta años de pobreza. Si España sigue privilegiando presupuestariamente a Cataluña y consintiendo en un latrocinio legalizado como el concierto vasco, habrá sesenta años de pobreza. Si el modelo inmigratorio consiste no en seleccionar a los que vienen a trabajar a España sino en recibir a un ejército de reserva del proletariado que permite mantener los salarios bajos para los españoles y que se sostiene con las subvenciones arrancadas de los bolsillos de los contribuyentes, habrá sesenta años de pobreza. Si los beneficios económicos derivan sobre todo no de la libre competencia y de la superación sino de la cercanía con los que toman decisiones políticas, habrá sesenta años de pobreza. Si la respuesta a cualquier innovación en lugar de asumirla es cortar los calles como los taxistas hacen contra Uber, habrá sesenta años de pobreza. Si por ingresos que en otros países se consideran populares, en España la Agencia tributaria arrambla con más del cincuenta por ciento, habrá sesenta años de pobreza. A tiempo estamos todavía, pero con la salvaje deuda pública que dejó Montoro no queda mucho. Desde luego, no para perderlo desenterrando a un dictador que murió hace décadas.
La vida de Jesús y de sus discípulos durante estos meses estuvo pespunteada por reacciones que confirmaban aquella predicación. Sobre hechos prodigiosos como la curación de una hemorroisa o el regreso de una niña a la vida (Marcos 5, 21-43; Mateo 9, 18-26; Lucas 8, 40-56) o la curación de ciegos y mudos (Mateo 9, 27-34), se superpuso la última visita a Nazaret, una visita que se caracterizó por la incredulidad que Jesús encontró en sus paisanos. Las fuentes, al respecto, son unánimes:
Salió Jesús de allí y vino a su tierra seguido por sus discípulos. Y cuando llegó el shabbat, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, al oírlo, se admiraban, y decían: ¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que realizan sus manos? ¿Acaso no es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No se encuentran también aquí entre nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les decía: No hay profeta sin honra salvo en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo curar a unos pocos enfermos, a los que impuso las manos. Y estaba asombrado de su incredulidad. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.
(Marcos 6, 1-6. Comp. Mateo 13, 54-58)
La última visita de Jesús a Nazaret debió resultarle especialmente amarga. No sólo sus paisanos seguían empeñados en ver en él únicamente al hermano de algunos vecinos y al hijo de María, sino que además – y esto fue lo que más le dolió – al persistir en su incredulidad, en su falta de fe, se cerraban la única puerta para recibir las bendiciones del Reino. De manera bien significativa, fue en ese momento cuando Jesús dio un paso de enorme trascendencia, el de escoger a un grupo de doce discípulos más cercanos. Pero antes de detenernos en ese episodio, vamos a examinar la enseñanza dispensaba por Jesús a los que lo seguían.