Charles Wesley es, sin ningún género de dudas, uno de los compositores de himnos espirituales más sensacional de todos los siglos. Con seis mil escritos – y todos los que yo conozco son extraordinarios – muy posiblemente se merece el primer lugar.
Señalaba ayer como la Declaración de Granada, suscrita por cerca de cuarenta catedráticos, ha puesto el dedo en la llaga en la mayoría de los aspectos verdaderamente pavorosos que caracterizan la gestión lamentable de Cristóbal Montoro al frente del ministerio de Hacienda.
Han tardado, pero lo han hecho. Cerca de cuarenta catedráticos – algunos de ellos primeras espadas del derecho tributario – han firmado una declaración conjunta en la que Hacienda y la Agencia tributaria quedan cual no digan dueñas. ¡Vamos! ¡Como el mismísimo Rufete en Lorca!
Resulta en ocasiones sorprendente descubrir la impresión tan absolutamente errónea que tiene el gran público de determinadas obras literarias. Estoy convencido de que para la inmensa mayoría la historia de Aladino y su prodigiosa lámpara no pasa de ser un relato para niños destinado única y exclusivamente al consumo infantil.
En 1929, en Wall Street se desencadenó una crisis financiera que golpeó a Estados Unidos y al resto del globo. Para 1933, resultaba obvio que gran responsabilidad de aquel episodio residía en la especulación desarrollada por las instituciones bancarias.
Por supuesto, en esa nueva vida guiada por el Espíritu Santo, la naturaleza humana no se vería cambiada del todo. Al contrario, se haría visible una y otra vez la tendencia al mal que acompaña a todo ser humano (Romanos 7, 7 ss), pero esa circunstancia no debería arrastrar a nadie ni a negar hipócritamente la realidad ni a desesperarse.
Para algunos, la vida del discípulo de Jesús es un camino lineal en el que no faltan retrocesos y caídas. Curiosamente, no son pocas las canciones góspel que insisten en que se trata más bien de un ascenso.