Esta temporada se va acabando y hay que ir pensando ya en lo que será la próxima porque trabajo, desde luego, no va a faltar. Algunas de las ideas ya las compartí en la reunión del 1 de junio con los presentes; otras las comento ahora. Se encuentran sólo en estado de planificación y no sé, naturalmente, si se podrán llevar a cabo, pero, en cualquiera de los casos, tengo mucho interés por saber lo que piensan los gentiles paseantes de mi página web y de otros muros.
Hace apenas unos días, con honda preocupación, me vi en la obligación moral de publicar una carta abierta al obispo de León relacionada con las declaraciones antisemitas y anti-históricas de uno de los párrocos de su diócesis.
Desde niño he sido aficionado a los musicales. Tanto que en algún momento de mi infancia intenté bailar claqué – Fred Astaire me fascinaba – y que incluso soñé con ser el doctor Higgins de My Fair Lady. Me duraron pocos aquellas ideas, pero el amor por los musicales prosiguió, especialmente por los de Lerner and Loewe.
En mi anterior entrega, me detuve en la manera en que el papado se convirtió en punto menos que el departamento de asuntos religiosos de la monarquía francesa. Cuando tras siete décadas, concluyó la Cautividad babilónica de la iglesia en Avinón, la iglesia católica no recuperó la unidad. Por el contrario, se vio sumida en un Cisma que se prolongaría durante décadas.
Creo que fue el primer “negro spiritual” que escuché en mi vida o, al menos, el primero que me causó una profunda impresión. También he de reconocer que más allá de la referencia a la ciudad de Jericó no me enteré de mucho salvo de la belleza de su música y de lo atractivo de su ritmo.
Dejémoslo claro desde el principio. In illo tempore, me manifesté favorable a la intervención en Irak. No se trataba de que la dictadura de Saddam Hussein fuera repugnante – lo era – ni de que hubiera perpetrado horrendos crímenes contra la Humanidad – que también – sino, sustancialmente, de la convicción de que no podía burlarse de resoluciones adoptadas por la comunidad internacional.
Sucedió hace unos días. Me encontraba en una comida con distintos autores que habían acudido a firmar a la Feria del libro. Enfrente de mi, uno de ellos, siempre cercano a la izquierda, espetó a voces a un editor: “¿Que hay que salvar al PSOE?… ¡Al PSOE que le de por…!” y ya se imaginarán ustedes el resto de la frase.
Desde hace años he venido siguiendo las investigaciones relativas al asesinato de Prim con especial interés. No era para menos teniendo en cuenta que la versión oficial siempre ha resultado insostenible a todas luces y que, por añadidura, el magnicidio implicó el inicio de una deriva que liquidó la primera democracia española e implicó un retroceso en el tiempo.
En mi anterior serie, me detuve en más de una ocasión en referencias a la Reforma del s. XVI. En esta nueva, intentaré mostrar hasta qué punto la Reforma era indispensable y justa y hasta qué punto en ella puede encontrarse un punto de referencia obligado para la situación espiritual de nuestro tiempo.