Los que me escuchan y me leen saben que no soy yo partidario de utilizar términos groseros u ordinarios. Creo que el español es lo suficientemente rico como para encontrar sinónimos más elegantes. El título de hoy deriva del video que les incluyo y que no tiene desperdicio.
Cuando se examina el prodigioso crecimiento económico de China y la sutileza sobrecogedora de su gobierno se puede caer en la tentación de creer que nos encontramos ante un estado totalitario y sin alma. China sería, según esa versión, únicamente un monstruo de hierro.
La enseñanza bíblica sobre la Segunda Venida de Cristo apenas tiene lugar en el seno de ciertas confesiones. Por un lado, están tan ocupadas en construirse un reino terrenal lo más rico y poderoso posible que la simple idea de que Jesús pueda regresar y acabar con semejante tinglado tiene que resultar escalofriante para sus dirigentes; por otro, implicaría ya ahora un cambio drástico de sus prioridades y actuaciones.
Si uno transita por las calles de Beijing, si se detiene en la plaza de Tiananmen, si entra en cualquiera de sus centros comerciales llega a la conclusión de que el sistema comunista chino ha mutado en capitalismo más que desarrollado y que, no obstante, continua rindiendo un homenaje entusiasta a Mao. Sería algo así como si en España hubiera una democracia y, en paralelo más que oficial, se afirmara que Franco hizo cosas buenas y su retrato siguiera colgando de todas partes.
Recuerdo perfectamente la cubierta de esta novela publicada en la extinta colección Reno. Era un soldado de uniforme blanco que caminaba trabajosamente por la nieve con un irreal fondo malva. La portada del Círculo de lectores aún resultaba más gráfica. Una fila de militares iba difuminándose en el horizonte y transformándose en las cruces de un cementerio.
Revisitar China siempre constituye una experiencia nueva. Lo conocido ha mutado y continuamente aparece lo desconocido. Esta vez, hay un brote de gripe china y me recomiendan que me cubra el rostro con una máscara.
DE CESAREA A ROMA (VI): El viaje hacia Roma (IV): en Malta