Al concluir la segunda guerra mundial, los vencedores decidieron juzgar a los vencidos, en parte, por las exigencias de una Unión soviética que había perdido más de veintiséis millones de vidas y, en parte, como un intento de establecer unos principios universales del derecho internacional. El resultado fueron los juicios de Nüremberg siendo el más conocido el de los grandes criminales de guerra.
No olvidaré la escena. Había quedado citado en un restaurante cercano a Colón con un amigo ruso. Como suele suceder, llegué antes. Entretenía la espera leyendo cuando vislumbré su figura en la entrada. Me levanté para saludarlo y entonces, para pasmo de otros comensales, mi amigo me dio tres besos en las mejillas a la vez que me decía en ruso: “Ha resucitado”.
El Canto del Siervo contenido en el libro del profeta Isaías hablaba de que el personaje en cuestión, “tras haber puesto su vida en expiación” vería luz (Isaías 53, 10-11), es decir, volvería a vivir.
A partir de hoy y hasta el domingo, voy a suprimir las secciones habituales sustituyéndolas por un relato de lo que fueron estos días en la última semana de vida terrenal de Jesús. Espero que lo encuentren de interés. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Hace unos días, me referí en uno de los programas de radio a una película que, a mi juicio, dejaba bastante de manifiesto la realidad de la intervención extranjera en distintos países de África.
No sé yo si es lo más prudente colgar una entrevista en la radio rusa cuando, de manera enloquecida, la UE se ha puesto a expulsar diplomáticos rusos para apoyar a la señora May – gobernante patética como pocas – pero, sea como sea, creo que es interesante.
Recuerdo perfectamente el año 2002. José María Aznar gobernaba con mayoría absoluta y un respaldo popular extraordinario y nada parecía indicar que el PP no revalidaría ese éxito electoral en 2004. Entonces comenzó todo.
La última carta escrita por Pablo en cautividad fue la dirigida a los filipenses. Como en el caso de Gálatas o de Filemón, se trata de un escrito profundamente personal en el que uno casi puede imaginar al anciano y cautivo Pablo dirigiéndose a sus hermanos de Filipos.